martes, 13 de marzo de 2007

Un paseo por la costa

Hoy he dado un larguísimo paseo que me ha llevado hasta la Costa do Sol, la playa de Maputo. Una carretera mal asfaltada separa las playas de la marina, donde se encuentra todo tipo de locales, discotecas, restaurantes y condominios de lujo (urbanizaciones). Es una zona de diversión y de residencia para extranjeros o ciudadanos acomodados. No tanto como el barrio de Sommershield o las avenidas Julius Nyerere y Kenneth Kaunda, pero se parece bastante. Aquí la ciudad se torna amplia y luminosa, con anchas avenidas bordeadas de palmeras, jacarandás y acacias rojas que flanquean palacetes y casas de altos funcionarios o diplomáticos. Los restaurantes son tan internacionales como sus precios y los locales de moda solo atienden a una clientela selecta. La carretera de la marina separa la zona urbana de la hermosa playa cuyas aguas, en cambio, por estar muy próximas a la ciudad y constituir el estuario de los ríos Incomati y Maputo que dan acceso a los puertos de la capital, están sucias y revueltas. Esta playa interminable es la utilizada por los habitantes menos pudientes de la ciudad que la llenan durante los fines de semana. Entre ellos se mueven los pescadores que, en pequeños grupos de 8 ó 10 personas, jalan las redes que tienden desde la costa con pequeños esquifes.
A la altura del Club Marítimo, una vez pasado el Casino, se encuentra el esqueleto del Hotel 4 Estações. Se trata de un aparatoso rascacielos construido a escasos metros del litoral. Cuando en 1975 se declaró la independencia, el hotel estaba a medio construir, de modo que los portugueses se marcharon y el edificio quedó únicamente con la estructura de hormigón. Así ha permanecido, solitario y vacío, durante más de 30 años, como un extraño monumento a la descolonización. Pero ha sonado su hora. El próximo día 31 de marzo será finalmente demolido con cargas explosivas. Toda la ciudad está sobre aviso y se han difundido folletos advirtiendo y señalizando la zona de exclusión.
De regreso a la ciudad por la orilla del mar, encontré un grupo de pescadores descargando las redes. Utilizan artes muy tupidas de manera que capturan de todo: ví peces minúsculos, morralla multicolor, cangrejos parecidos a nécoras y, lo más preciado, langostinos. Los pescadores hacían tres grupos con las capturas, los peces, los cangrejos y los langostinos. Luego irían a venderlo al Mercado do Peixe.
Siguiendo la costa, se llega al puerto pesquero, un pequeño recinto a donde llegan unos barcos vetustos y herrumbrosos llenos de peces increíbles. Aquí, al contrario que en la playa, solo se ven piezas descomunales, meros, besugos, congrios y un sinfín de peces desconocidos. Al llegar a puerto, ya hay esperando pequeñas furgonetas refrigeradas listas para cargar la mercancía y llevarla a otros destinos, incluyendo a Sudáfrica. Pocos de estos peces se ven en los mercados locales. Junto al puerto, hay una gran cantidad de puestos callejeros de comida y bebida donde los pescadores descansan y comen después de la faena.
En la Plaza 25 de Junio -fecha de la independencia y día en que Samora Machel asumió la Presidencia de la República- se yergue una antigua fortaleza de piedra roja construida por los portugueses. Tuvo carácter militar para defender el puerto y, a veces, también sirvió de prisión; hoy se dedica a un pequeño museo al aire libre con piezas herrumbrosas y cañones antiguos. El patio de armas se dedica a actividades culturales que van desde conciertos de jazz a desfiles de moda.En la plaza de la fortaleza se instala los sábados un mercadillo de artesanía, repleto de esculturas, baratijas, abalorios y cajitas de ébano, sándalo y palo rosa. También hay pinturas, batik y capulanas de todos los colores. En el mercado se ven bastantes extranjeros, la mayor cantidad de blancos que he visto junta en Maputo. Los objetos se repiten en casi todos los puestos, indicando que no los fabrican los vendedores. Lo más seguro es que lo hagan artesanos del norte, habitantes de regiones desfavorecidas o minusválidos físicos (hay un programa de ayuda que consiste en eso) y luego los distribuyan los pequeños vendedores callejeros. Estos puestos también se ven por toda la ciudad aunque muy especialmente cerca de los hoteles ocupados por extranjeros. Si el suelo aparece con mantas llenas de artesanía puedes estar seguro de que hay un hotel por los alrededores. Los precios no son altos y, naturalmente, hay que regatear. Por una caja de tamaño medio, como de puros, de ébano incrustado de hueso, pueden pedir unos 400 ó 500 meticales, es decir, unos 14 ó 15 euros. Pulsera de madera, colgantes de palo rosa y hueso y peines de ébano, suelen costar alrededor de 50 meticales, es decir, 1,50 euros.

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