lunes, 5 de marzo de 2007

Playas de Bilene

A las 9 de la mañana me armé de valor, me puse a los mandos de mi Camry y enfilé la EN1 en dirección Xai Xai para ir a las playas de Bilene. Se trata del final de una vasta región que forma el río Limpopo en su desembocadura y que conforma una especie de mar menor, o laguna, medio dulce y medio salada, rodeada de playas de arena blanca sobre un impoluto mar verde azulado.
El viaje lo hice relativamente bien pese a los malos presagios. Nada más salir de Maputo me paró la Policía de Tránsito. Menos mal que, en medio de un ataque de taquicardia, mientras intentaba buscar la documentación, logré pronunciar las palabras mágicas: Carro del Tribunal Supremo. El oficial, como hechizado, se deshizo en buenos deseos y disculpas por haberme interrumpido y se despidió con una deslumbrante sonrisa. Hubo otros controles por el camino, pero ya no me volvieron a parar.
La conducción ya la voy teniendo dominada. Todavía hay dudas, pero hice el viaje con toda comodidad. La carretera EN1 no es la EN4 que lleva a Sudáfrica. Esta es como una comarcal española aunque la están arreglando. Pocas señales, menos indicadores, poquísimas gasolineras y poco respeto. La gente, en general, adelanta donde le parece, en la seguridad de que el que viene de frente se echará a un lado y le permitirá pasar. Lo peor son las chapas, o semicolectivos, esas furgonetillas de pasajeros importadas de segunda o tercera mano de Japón que cubren las necesidades de transporte que las escasísimas líneas oficiales de autobuses son incapaces de abarcar. Proliferan como moscas y circulan sin ninguna disciplina, aceleran como locos o se cruzan y paran de repente cuando ven un posible cliente. Vienen a ser una especie de taxi colectivo y de ahí el nombre. Como el sistema público es algo más que deficiente, son una alternativa barata y eficaz aunque constituyen un elemento de inseguridad circulatoria más que notable.
Lo que no consigo es hacerme con el espacio interior del coche. O sea, el que hay entre las ruedas. Había un tramo en obras cerca de Manhiça que algún iluminado había decidido acometer haciendo pequeñas zanjas en el asfalto cada veinte o treinta metros. Así durante diez Km. Estas zanjas estaban en medio del carril (sólo hay uno, se me olvidaba) de modo que había que intentar que quedasen entre las ruedas mientras uno circula por allí. Pues nada, que o se me colaba la rueda izquierda o la derecha, pero fui incapaz de mantener el paralelo. Si fuera un videojuego me habrían dado menos-mil puntos.
Bilene está a casi 200 Km. de Maputo así que tardé dos horas. Entre la carretera general y las playas, hay una pequeña vía comarcal que discurre entre un paisaje verde esmeralda y ondulado lleno de poblados con chozas de paja y caña de los que salen los habitantes para vender carbón, leña, nueces y miel. Paré en un par de ellos para verlos de cerca y enseguida me rodearon con sus ofertas. No compré nada y tampoco me atreví a fotografiar los poblados pero no tuve sensación de peligro. Todos sonríen y farfullan el poco portugués que saben mezclado con changana.
En las Playas de Bilene hay una incipiente industria turística. No son más de media docena de lodges o Complexos que consisten, la mayoría, en pequeños bungalows, más o menos lujosos -pero no mucho- con algún servicio añadido como piscina, alquiler de juguetes acuáticos, quads, restaurantes y excursiones de pesca en alta mar. Ahora están en temporada alta y aún así, apenas se les nota en una costa inmaculada que brilla bajo el sol del mediodía. Una veintena de extranjeros se bañaba en diversos sitios de una playa inmensa mientras otros pocos recorrían la bahía en barquitos y motos de agua. En términos europeos, se puede decir que era una playa desierta. La recorrí durante unos cinco Km. disfrutando del sol, de la brisa del Índico y de los cañaverales, palmeras y nogales que la rodean. Conocí a mis amigos Dánio y Monís que venden cestitas hechas por ellos con hojas de palmera y me tomé un café en un chiringuito atendido por una amabilísima anciana. Luego regresé después de informarme de algunas direcciones.
Durante el regreso, paré en Macia, una pequeña localidad cerca de Bilene donde los domingos hay un mercadillo de pan y fruta. Compré un par de barritas hechas por la vendedora que me costaron 2 meticales (0,06 céntimos de euro). Junto a una gasolinera, vi un precioso escarabajo amarillo, ocupado por una familia afrikaaner que no conseguía hacerlo arrancar. Me acerqué por si podía ayudarles pero me dijeron que, a menos que supiese cómo funcionaba la bomba de la gasolina, todo estaba perdido. O sea, que allí les dejé en espera de la grúa (querido Rafael, ¡cómo te habrían recibido!).
El regreso a Maputo fue tranquilo aunque me esperaba una sorpresa. Me había quedado sin luz en el flet. Después de jurar en todos los idiomas que recuerdo y de mesarme los pocos cabellos que me quedan, bajé a hablar con el encargado quien me advirtió muy amablemente que podía ser que se me hubiera acabado el saldo. Y es que aquí el sistema de electricidad funciona como el de los teléfonos móviles, es decir, que se recarga. Comprobamos que, en efecto, tenía un cero enorme en el contador de la entrada en el que yo no había reparado en absoluto, de modo que tuve que ir a la gasolinera de la esquina, comprar un bono de recarga y obtener un numerito que luego, en el propio contador, se teclea consiguiendo el milagro de que el sistema energético vuelva a la vida. Mañana me van a oír. Mientras viajaba a Bilene recibí la llamada de uno de los colegas que van a formar las nuevas secciones de lo mercantil así que, al llegar a casa, le llamé y le invité a una copa de vino blanco light sudafricano que para ocasiones semejantes había comprado ayer en Nelspruit. Es un hombre muy simpático y cordial. Tuvimos una larga conversación entre profesional y turística y hemos quedado en cenar juntos la Terza Feira en el Mercado do Peix de Maputo, donde eliges el pescado y te lo hacen sobre la marcha.

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