jueves, 29 de marzo de 2007

Fiestas y Saraos

El Jueves por la tarde fue día de celebraciones. La primera, una exposición fotográfica sobre las Islas Querimbas, un pequeño archipiélago de unas cuarenta islas costeras al extremo norte de Mozambique de belleza deslumbrante. Se están realizando allí algunas excavaciones arqueológicas en viejos fuertes coloniales y construcciones históricas de gran interés por tratarse de la primera zona de colonización portuguesa en Mozambique, uno de los puertos clave para mantener la conexión entre las colonias lusas del Índico, África y América.

La Embajada Española contribuyó al proyecto y era uno de los convocantes, junto con la de Brasil y el Alto Comisionado de Canadá, cuyos arqueólogos dirigen los trabajos de campo. El acto consistió en unas palabras de apertura y bienvenida por parte de la Embajadora de Brasil, otras por parte del Primer Secretario español y una presentación por parte de un arqueólogo canadiense.

La exposición no estaba mal aunque era muy pequeña. No había demasiada gente porque a la misma hora se estaba celebrando la fiesta del cincuenta aniversario de la Comunidad Europea es decir, del Tratado de Roma. Este evento estaba previsto para días anteriores pero se pospuso como consecuencia del luto oficial por el accidente del polvorín y terminó por coincidir con la exposición de las Querimbas. Así pues, parte de la representación española acudió a la exposición mientras que la otra fue a la fiesta. Nosotros, los de las fotografías, mantuvimos el tipo un buen rato hasta que recogimos los bártulos y nos fuimos al sarao que, como era de esperar, estaba mucho mejor aviado.

Bajo una carpa enorme del Centro de Convenciones de la Avda. Marginal, se había colocado una mesa por cada país miembro de la Unión en la que se ofrecía un bufé de platos típicos. Todo para ponerse de grana y oro, como es natural. Los que veníamos de la exposición, donde apenas habían pasado unas taças de vino y unos amendoins (cacahuetes) nos abalanzamos enloquecidos hacia la mesa italiana donde nos habían soplado que servían Grana Padano y, sobre todo, Jamón de Parma. Allí estaba el preciado manjar, en efecto, y a su vera estuvimos un buen rato sin poder articular palabra.

Ahora voy a proponer un ejercicio: preguntémonos cada uno cuál es el plato típico español por excelencia…

Unos habrán pensado en el gazpacho, otros en la tortilla española, quizá algunos el cocido, los huevos fritos con chorizo o la fabada y, casi todos, la paella.

Pues bien, todo eso es pura filfa; el auténtico y genuino manjar español, absolutamente único e inigualable, cien por cien celtibérico, es decir, aquél que no-hay-manera-de-comer-en-ningún-otro-sitio, es el bendito jamón serrano. Sí, amigos, esta es la incontestable verdad. Salgan ustedes por la primera frontera y pidan unas lonchitas, verán qué cara les ponen y, si por casualidad lo encuentran, se tratará invariablemente de un producto de importación que sólo consumen los españoles expatriados y que, naturalmente, le cobran a uno como si cada raspita fuese un cerdo entero. El jamón serrano, como producto local, no existe en ningún lugar del mundo excepto en España.

Pero hay, como en todas las cosas de la vida, una excepción conocida y esta es el Jamón de Parma. Eis (hé aquí) el porqué de nuestra precipitación sobre la mesa italiana. Se trata de un jamón en crudo metido en sal y curado al aire de las montañas parmesanas, o sea, un método idéntico al español. Y ahora un pequeño excurso histórico que viene al pelo: ¿Porqué italianos y portugueses llaman al jamón prosciutto y presunto, respectivamente?. Porque ambas palabras vienen del latín perxuctus que significa desecar o desecación. Es decir que el jamón serrano no es otra cosa que un delicioso pedazo de momia.

El Jamón de Parma se produce en una región muy pequeña de apenas unos cientos de kilómetros cuadrados entre los rios Enza y Stirno y es el único lugar de Italia que ha conservado la vieja manera de mantener y procesar la carne que inventaron los romanos. En España hay muchos más casos, como ocurre con las salazones, pero somos una excepción.

El único defecto que tiene el Jamón de Parma es que no proviene de cerdos ibéricos sino de otras razas blancas. Pero menos es nada y se trata de un jamón-jamón, así que ahora se podrá entender el porqué de nuestra prisa. Cuando dimos buena cuenta de la mitad de las existencias, nos fuimos a la mesa española donde rematamos la faena con algunos pinchos de tortilla y una enorme paella. Los más necesitados se tomaron de postre algunas salchichas alemanas y queso danés. La mesa británica, como es lógico, estaba desierta.

La fiesta estuvo muy animada. Estaba allí el cuerpo diplomático en pleno y casi todos los expats además de algunas autoridades locales. De fondo, sonaba la música del Concierto de Año Nuevo de Viena aunque nadie se animó a bailar. Yo sugerí que algún Embajador debería sacar a alguien, pero no tuve éxito y la cosa se fue disgregando sobre las diez de la noche excepto la mesa española y la alemana que fuimos, como suele acontecer, los últimos.

martes, 27 de marzo de 2007

Arquitectura, Urbanismo y otras hierbas

Aprovechando el fin de semana, fui con mi colega a dar un paseo por la ciudad y visitamos el Mercado de la Madera donde se colocan los artesanos. Después del inevitable regateo en el que intervine de intérprete y factótum, porque en Cataluña no deben enseñar esto en el máster avanzado para turistas, conseguimos identificar sus gustos y hallar algunas esculturas interesantes. Al final, compró por buen precio algunas figuritas de ébano y una caja con el mapa de África incrustado en la tapa.

Maputo se precia de tener una buena colección de edificios modernistas. Se trata de un estilo que se extendió desde Bélgica a todo el mundo desde finales del S. XIX y primeras décadas del XX e incluso parte de los 40. Son construcciones de formas blandas y redondeadas, aunque lo más característico es la profusión de motivos decorativos. Afortunadamente, en Maputo, la mayoría de estos edificios está siendo reconstruida y dan a la ciudad un aire cosmopolita muy peculiar, como si fuera la Casablanca de los años treinta cruzada con el estilo del Radio City Music Hall.

Junto con los edificios modernistas, hay muchas casas de estilo barroco portugués. Se las reconoce inmediatamente por las balconadas y los azulejos. Muchas están deterioradas pues fueron abandonas precipitadamente por sus propietarios cuando se produjo la independencia y acto seguido, fueron ocupadas, divididas o concedidas por el estado a otros que carecían de medios para mantenerlas adecuadamente. Hoy, salvo excepciones, suelen ofrecer un lamentable espectáculo de abandono y de ruina.

Los edificios más recientes de Maputo son rascacielos. En realidad, no se justifica su existencia pues hay mucho terreno disponible y, aparentemente, no demasiado caro, pero la altura se equipara a prestigio y todas las empresas constructoras o institutos oficiales buscan una sede representativa. La mayoría de estos edificios altos se dedican a oficinas pero también hay apartamentos en régimen de comunidad que funcionan desastrosamente pues tiene un sistema de gobierno parecido al de la propiedad horizontal española. Ocurre que el mozambiqueño no está muy habituado a pensar en términos de bien común sino de supervivencia particular, de manera que, muy frecuente, todo lo que tiene que ver con el cuidado, mantenimiento o suministro de elementos comunes, se descuida hasta el más completo abandono, reservando los recursos que cada uno dispone para los elementos propios o privativos. Ocurre así que, por ejemplo, los ascensores no funcionan porque no se paga el recibo mensual de la luz, tampoco hay luces en las escaleras, las antenas colectivas desaparecen y nadie las repone, las fachadas se desconchan en pocos años y las bombas de agua se terminan por obstruir.

El antedicho problema se extiende a toda la ciudad. Ha de tenerse en cuenta que el Municipio cuenta con muy pocos medios, pero, aun así, la razón por la que la mayoría de los coches de Maputo son todo terrenos no es que salgan al campo sino que deben enfrentarse a socavones y baches de tamaño descomunal; da la sensación de que nunca se ha parcheado el asfalto porque en cuanto se sale de las avenidas principales, el camino se convierte en una pista para elefantes en la que el coche va dando tumbos mientras esquiva agujeros en los que se perdería para siempre un equipo de espeleólogos. No hay alcantarillas y eso hace que las lluvias torrenciales del verano arruinen rápidamente el pavimento. Aquí suelen dar un consejo: evita el asfalto. Tienen razón: cuando una carretera asfaltada se deteriora y aparecen los socavones, los automóviles no pueden sortearlos. En cambio, un camino de tierra es más o menos plano porque el propio terreno se va moviendo hasta cubrir los baches y resulta mucho más plano y seguro. Hay calles en Maputo en las que los coches circulan por las cunetas que se han convertido así en auténticas vías alternativas. Yo, de camino al flet, suelo tardar casi lo mismo en hacer dos kilómetros por la 24 de Julho y la Karl Marx, que ciento cincuenta metros desde que salgo de ésta y llego a mi querido prédio de la C/ Agostinho Neto. Eso sí, la experiencia curte, especialmente si tenemos en cuenta que mi coche carece rueda sobresaliente, es decir, de repuesto. Esto lo descubrí la semana pasada cuando una de las gomas delanteras apareció pinchada y quisimos cambiarla. Hubo que organizar una especie de desembarco de Normandía para llevar allí al técnico, desmontar la rueda, llevarla al taller, reparar el pinchazo y volver a montarla. Con mucho mérito, ojo, porque tampoco había gato.

lunes, 26 de marzo de 2007

Inhaca

El Domingo fui con mi colega barcelonés a Inhaca. Es una isla de formas caprichosas situada en el extremo oriental de la bahía de Maputo. Con apenas 14 Km. de un extremo a otro, la isla cuenta, entre otras cosas, con seis mil habitantes, un faro, una estación biológica y un lodge de lujo con algunas actividades turísticas. Las playas son enormes y totalmente vírgenes. Alrededor de la isla hay dos amplias zonas protegidas de arrecifes coralinos.

El viaje lo hicimos en un descascarillado barquito de pasajeros, la Nyelete, que hace el trayecto a diario, saliendo a las 7:30 de Maputo y regresando a las 15:00. El precio, unos módicos 300 meticales (9 euros) ida y vuelta en primera. En segunda clase, 160. Teniendo en cuenta que la segunda clase consiste en unos bancos de listones de madera en la bodega del barco sin ventana ni ventilación alguna, decidimos darnos un capricho y fuimos en primera cuyos asientos, por lo menos, tienen un primoroso tapizado de eskai, hay ventanas practicables y se puede salir a cubierta a tomar el aire. También cuenta con un esmerado servicio de bar consistente en un cubículo donde se instala una señorita con una neverita portátil y un infiernillo con lo que provee, a precios igualmente económicos, de café y refrescos al pasaje.

Gracias al pequeño incidente que se produjo cuando mi colega fue sorprendido in fraganti en el salón de desayunos del Hotel Cardoso mientras se intentaba hacer unos bocadillos con el chope del bufé, llegamos por los pelos al embarcadero. No tuvimos, pues, tiempo de preguntar por los detalles del viaje aunque el encargado de la compañía nos recibió diciendo que tardaríamos poco dado que “ya funcionaba el segundo motor”. Puesto que, finalmente, tardamos 3 horas en llegar a Inhaca, habría que ver qué hubiera pasado con uno solo. Pero lo mejor estaba por llegar.

Parece que el retraso fue mayor de la cuenta así que llegamos en plena bajamar. No se sabe si por este motivo o por algún otro, el caso es que la Nyelete no se aproximó ni de lejos al pantalán de la orilla sino que fondeó a más de trescientos metros. Desde la costa se aproximaron dos pateras de pésima apariencia a las que nuestro capitán -por decir algo porque en lugar de gorra de plato llevaba una del Barça- nos mandó bajar echando chispas. La bajada se hizo por la borda, agarrados los pasajeros como murciélagos a la barandilla del barco y utilizando como escalón de bajada los adornillos del casco, con una mano en la nave, la otra pidiendo ayuda y el equipaje cogido con los dientes. Los de segunda clase, que ya venían mareados de por sí, hacían juegos malabares con los bultos y sacos de todo tamaño y color que traían consigo, mientras el patrón de la patera gritaba y se esforzaba por mantenerla encostada a la Nyelete. Una señora tirando a gruesa estuvo a punto de irse al agua porque la patera se iba y ella no quería soltar la borda que, con toda razón, le parecía más segura.

El viaje en la patera fue algo terrible. Ahora comprendo lo que deben sentir los inmigrantes ilegales. En aquellos seis metros escasos de eslora íbamos veinticinco personas más el patrón que manejaba un motorcito de juguete con el que apenas movía la lancha. Ésta se hundía tanto por el sobrepeso que el agua entraba poco a poco por la borda, poniendo los bultos y los equipajes totalmente perdidos mientras los pasajeros levantaban los móviles y otros objetos de valor para ponerlos a buen recaudo. Cada vez que se movía la señora gruesa, felizmente incorporada al pasaje, la barca se escoraba y el patrón gritaba frenético para reajustar el lastre a la vez que, entre una cosa y otra, iba recaudando y contando el precio del viaje (10 meticales por persona) que íbamos pasando de mano en mano hasta que el dinero le llegaba a él.

A unos 20 metros de la playa, el barquero dijo basta y ordenó el desalojo. Todos al agua, pues, con bultos y paquetes, recorriendo los últimos metros intentando que no se nos mojase nada o, lo que hubiera sido el colmo, evitando tropezar y caer al agua con el equipo que habíamos logrado salvar en la patera. Mi colega, que había realizado las maniobras de desembarco muy pálido y acogido a un espesísimo silencio, logró montarse a caballito de un fornido joven que se ofrecía a los turistas a cambio de una propina que lamentablemente perdió porque no debió ver bien, o tropezó, o no calculó la distancia, y acabó con los huesos de ambos en el suelo aunque, eso sí, ya en seco.

Pasamos el día paseando por la isla a partir del embarcadero a cuyo alrededor se veían los pesqueros varados por causa de la bajamar. La arena es fina y dorada y está salpicada de conchas y de nácar. El día estaba nublado, pese a lo cual el calor era agobiante y la humedad muy superior a lo habitual. Hicimos un largo recorrido por la playa de Santa María, entre el verde oscuro de la maleza que casi llega al agua y las rompientes de coral que se veían entre los bajíos. Recogimos conchas de recuerdo y encontramos algunos pescadores que preparaban sus redes para salir al atardecer. Al Norte se veía un faro blanco y al final de la playa, el centro oceanográfico.

Frente a Inhaca se adivinaban las bellísimas playas de Ilha dos Portugueses, una pequeña islita deshabitada y totalmente virgen rodeada de corales y de lagunas salobres de aguas transparentes llenas de erizos y de estrellas de mar. Está muy cerca y desde el embarcadero de Inhaca se puede contratar un fuera borda que llega hasta allí en apenas 20 minutos a cambio de 200 meticales por persona.

Sobre las dos y media de la tarde comenzó de nuevo el baile de las pateras que nos condujo de vuelta a la Nyelete. Adormilados y tostados por el sol aplastante de Inhaca, el trayecto de regreso se nos hizo algo más rápido y llegamos a Maputo al atardecer, cubiertos por un cielo aborregado que parecía de algodón.

viernes, 23 de marzo de 2007

O Paiol

La tarde de ayer, Jueves, fue caótica. El Paiol de Malhazine ha resultado ser el origen de la catástrofe. El Ministerio de Defensa había almacenado en ese polvorín una enorme cantidad de explosivos, incluyendo granadas, cohetes, obuses y todo tipo de munición pesada, la mayoría desfasada y falta de mantenimiento. En tiempos coloniales, el Paiol estaba muy alejado de la ciudad pero actualmente, la expansión del cinturón exterior ha llevado las casas hasta sus mismas puertas. Los barrios suburbiales crecieron extraordinariamente durante la guerra porque grandes masas de población huyeron de las zonas en conflicto y se refugiaron en Maputo. Actualmente, las barracas están adosadas a los muros del polvorín sin que nadie lo haya impedido ni siquiera advertido a sus humildes moradores del peligro existente.

A las 4:30 de la tarde de ayer, comenzaron a oírse las primeras explosiones. Llegaron a su punto álgido una hora más tarde con el estallido de la parte principal del polvorín, provocando columnas de humo y fuego de cientos de metros de altura. Según fuentes bien informadas, estallaron más de 11.000 toneladas de material explosivo. Todo el barrio de Malhazine resultó gravemente afectado aunque restos de granadas y esquirlas metálicas sembraron también la Baixa y las grandes avenidas de la ciudad. Los cohetes y los obuses salían disparados y caían entre las casas como en un bombardeo enloquecido. Los habitantes de la zona más cercana al polvorín salían como podían de sus casas, reducidas a escombros, mientras intentaban trasladar a los heridos en coches particulares o en las escasas ambulancias disponibles. En medio de un gigantesco caos circulatorio, las chapas dejaron de circular y dejó a la ciudad sin transporte público. Miles de personas se agolpaban en las aceras a la espera de cualquier medio que pudiera llevarles hasta sus casas en las afueras. Los habitantes de Malhazine huían desorientados por las carreteras en dirección al centro de Maputo mientras a su alrededor caían cascotes, piezas de artillería sin explotar y cristales rotos. La televisión nacional ofrecía las primeras imágenes de la catástrofe y de la caravana de heridos que iban siendo trasladados en camiones particulares y pick-ups, al Hospital Central de Maputo. Una hora después de comenzar las explosiones, comparecieron las autoridades, incluyendo el Presidente de la República, pidiendo calma y serenidad aunque, al parecer, no había previsto un plan de emergencia adecuado. Sobre las 8 de la tarde se convocó a las delegaciones internacionales para intentar diseñar una estrategia común. Dos médicos españoles comenzaron a trabajar en el hospital central para el tratamiento de los primeros heridos graves. Al parecer, tuvieron que practicar varias amputaciones y suturas de heridas abiertas. También se presentaron muchos quemados. Las redes telefónicas dejaron de funcionar por el colapso de llamadas y los intentos de los trabajadores de Maputo de localizar a sus familiares y amigos residentes en los suburbios. En el centro mismo de la ciudad los cristales de las casas aparecían rotos por la onda expansiva de las deflagraciones.

Salí de la oficina y logré llegar al apartamento en medio de un terrible desbarajuste circulatorio y de gente corriendo por las calles en dirección al hospital, además de la marea humana que en plena noche vagaba por las avenidas en busca de cualquier cosa que les permitiera llegar a sus casas. El flet está relativamente cerca del lugar del siniestro pero, afortunadamente, Silvia había dejado las ventanas abiertas para ventilar, de modo que ninguno de mis cristales estaba roto.

Esta mañana, la radio hablaba de 99 muertos, más de 300 heridos muy graves e innumerables de diversa consideración. Las cifras reales pueden ser mucho mayores. Nadie de los nuestros ha sufrido, que se sepa, daño alguno aunque dos empleados del Supremo se han quedado sin casa. De camino a la oficina, he visto salir del Palacio Presidencial la aparatosa comitiva del Presidente y a lo largo de las calles se podía advertir una nutrida presencia policial y militar. Según he sido informado, en la Baixa se han roto casi todas las ventanas y se han producido actos generalizados de pillaje.

Políticamente hablando, la cuestión se asimila a un desastre natural como las inundaciones o el ciclón Fabio. Nadie asume responsabilidades y no habrá indemnizaciones ni reparación alguna porque tampoco hay costumbre de asegurarse ni dinero para hacerlo.

El problema continúa latente. Según han informado los militares, en el Paiol hay un silo de misiles que, si llega a explotar, pueden arrasar la ciudad de Maputo. La emergencia continúa, agravada por el hecho de que hoy se esperan temperaturas máximas de 38 grados en la ciudad, con una humedad inusualmente elevada.

(nota: las fotos no son mías)

jueves, 22 de marzo de 2007

El polvorín de Malhazine

Al lado del Aeropuerto, en Malhazine, muy cerca de Maputo, hay un viejo polvorín donde han ido almacenando todas las armas y municiones recogidas durante la guerra civil. Al parecer, no están almacenadas como se debe y el tiempo ha ido deteriorando progresivamente el material hasta hacerlo totalmente inservible. El Gobierno viene prometiendo desde hace años destruir la munición o, al menos, llevarla a un lugar seguro lejos de la población, pero el tiempo pasa y no hay presupuesto. A veces el calor y la humedad provocan desagradables sorpresas.

Esta tarde han comenzado a oírse algunas detonaciones que han terminado por convertirse, en la última media hora, en auténticas explosiones de enorme intensidad. La cercanía del polvorín a la ciudad hace que cada onda expansiva mueva las paredes y cristales y retumben los oídos. Al parecer ha habido algunos muertos en la zona y las comunicaciones están cortadas por la saturación de llamadas en busca de familiares y amigos. Por encima de los edificios se elevan columnas de humo como si estuviésemos en medio de un bombardeo y en las calles se escuchan los gritos de la gente.

miércoles, 21 de marzo de 2007

De vuelta a la ciudad

Después de dos días en la playa, regresamos a Maputo. No lo hicimos por el misma camino, de modo que pudimos dar un buen paseo por los alrededores del Parque de los Elefantes y nos acercamos hasta la entrada en la que aparece, ominosamente, la advertencia de lo que le puede pasar al coche del imprudente viajero. Varios incendios incontrolados se veían cercanos levantando inmensas columnas de humo. La arena del camino volvió a jugar con los coches, con el equipaje y con los pasajeros. Entre Maputo y Ponta d’Ouro hay apenas 80 Km. pero se tardan tres horas en recorrerlos.

Al atardecer llegamos al desvencijado embarcadero de Catembe. La vista sobre la ciudad era extraordinaria, anticipando una de esas puestas de sol que pintan los edificios de colores pardos y rojizos como la tierra africana. En el viejo muelle, se ven los restos de viejos barcos abandonados y a su alrededor, un interminable enjambre de pasajeros, trabajadores, paseantes, vendedores ambulantes y tipos pintorescos, pulula como avispas multicolores. Las mujeres y los niños llevan sus paquetes en la cabeza para tener las manos libres y circulan entre los coches detenidos a la espera de embarcar en el batelão. Junto al ferry circula otro pequeño transporte, al que llaman el barquinho y que hace el mismo trayecto atestado de pasajeros sin coche. Desde Catembe se ve amarrado al puerto de Maputo un pesquero español apresado hace meses a la espera de aclarar si las artes que usaba eran o no legales.

El Índico

El buceo en el Océano Índico tiene características propias. No son aguas tranquilas sino inestables; cambian de estado con mucha facilidad por causa del viento y las olas aparecen inesperadamente bajo un cielo azul y despejado que no permite anticiparlas. Ponta d’Ouro es una bahía muy abierta en la que la brisa más ligera levanta olas de tamaño considerable; suelen entrar por el Sur y van a romper muy cerca de la orilla. La plataforma es muy amplia y tendida, de manera que se puede andar mucho por el agua hasta que adquiere profundidad. Casi toda la playa desaparece con la pleamar.

Contactamos con un club de buceo de Ponta d’Ouro. La primera salida que tendría lugar a las 6:45 de la mañana del sábado. Terrible madrugón, pues, dado que nuestra casa estaba un poco apartada de la playa y había que coger los coches para llegar allí.

El club Devocean está dirigido por un matrimonio de boers, Tony e Ivonne, serviciales y divertidos como pocos y siempre atentos a cualquier necesidad o duda que se les plantee. Tony estuvo en España e intenta colocar algunas palabras en español en medio de su discurso inglés con fortísimo acento afrikáans. Ivonne prepara una mesa con todo tipo de cafés, chocolates e infusiones, junto con varios tipos de galletas y bollos. Al lado, un enorme samovar mantiene el agua caliente necesaria para que cada uno pueda prepararse el desayuno que prefiera.

El equipo que ofrecen en alquiler no es, precisamente, de primera calidad. No está mal, pero es aconsejable comprobarlo bien. Yo descubrí que la tráquea de mi chaleco estaba rota y mi compañero no se dio cuenta de que su cinturón de plomos no cerraba bien, lo que le dio un susto al comenzar la inmersión y le tuvo luego, durante toda ella, con una mano al cinto como un extraño torero haciendo un interminable paseíllo.

En un viejísimo Land Cruiser de caja de madera nos trasladamos a la orilla del mar donde nos aguardaba nuestro barco. Se trataba de una zodiac semirrígida de unos 7 metros de eslora y manga muy reducida en comparación que las que se utilizan normalmente en España, lo que sin duda pretende conferirle mayores propiedades dinámicas. El bote estaba en medio de la playa, varado en la arena, porque no hay embarcaderos ni pantalanes de ningún tipo. Esto no auguraba nada bueno y en efecto, en cuanto subimos el material a bordo, Tony dio la voz de arrimar el hombro para llevarlo al agua. Nos costó lo nuestro y eso que hubo que pedir ayuda a algunos viandantes que amablemente nos echaron una mano.

Al subir a bordo, Tony nos preguntó si sabíamos como viajar en ese tipo de bote. Como le dijimos que no, nos advirtió que teníamos que introducir los pies en unas cintas cosidas al suelo que forman una especie de empeine de sandalia y que sirven para no salir disparados con la primera ola. Además, hay que asirse con las dos manos a un cabo especial que recorre, muy ceñido, toda la borda. Una vez colocado adecuadamente, el pasajero queda sujeto por manos y pies, garantizando así su estabilidad, lo que tiene su importancia dado que la manera de patronear el barco por parte de Tony coloca el recién tomado desayuno al borde mismo de la campanilla. Como las olas son bastante altas, en algún caso de más de 3 metros, el truco consiste en irlas siguiendo a lo largo como hacen los surfistas y en un momento determinado, pasarlas de lado; a continuación, se toma la siguiente ciñendo al sentido contrario y así sucesivamente hasta que se llega al punto de inmersión. Para que esto funcione, hay que ir a una velocidad endiablada y dar unos virajes tan violentos que zarandean al pasaje como si estuviera en una batidora. Como crucero, resultaría excesivamente emocionante. Como montaña rusa, de tipo medio.

La otra sorpresa que nos esperaba es que el barco no fondea, es decir, que se mantiene suelto y en movimiento sin echar ancla ni cabo alguno. El sistema es el siguiente: el monitor lleva un largo cabo arrollado a una especie de carrete con el que sujeta una pequeña boya. Esta boya es la que señala al patrón del barco por dónde va el grupo de buzos y, al terminar la inmersión, los recoge por donde salen. No está mal, a menos que uno se pierda bajo el agua y tenga que subir a la superficie, en cuyo momento se las verá y deseará para que le encuentre el patrón en medio del oleaje. Ahora comprendo el valor del silbato que llevamos en el chaleco.

El fondo resultó increíblemente hermoso. Tras una inmersión muy rápida, comprobé que se trata de un arrecife coralino a muy poca profundidad, apenas 20 metros, pero repleto de vida. Justo bajo el bote encontré media docena de increíbles lionfish o peces escorpión, venenosas y bellísimas criaturas. Entre interminables cardúmenes de peces multicolores, vimos enormes meros de casi 200 kilos, mantas-raya descomunales y una preciosa tortuga carey que se comió tranquilamente una medusa mientras subíamos y ella permanecía a apenas tres metros de distancia. La visibilidad era buena aunque el movimiento del oleaje era muy grande y nos mecía como una gigantesca cuna . Al final, la inmersión duró una hora pero se hizo corta, el agua estaba caliente y acogedora y no encontramos ni rastro de otros habitantes igualmente emocionantes pero de inquieta presencia: los tiburones martillo y tiburones toro que, al parecer, frecuentan esta área.

La ascensión fue tranquila hasta llegar a la superficie, momento en que las olas comenzaron a maltratarnos hasta que llegó el bote y nos pudo recoger. El regreso a la costa fue igualmente vertiginosa y la entrada, sencillamente espectacular. Consiste en que el patrón, una vez superada la zona de rompientes, encara de frente la ribera y acelera a toda máquina para poder así salir del agua y terminar varado en la arena a diez o doce metros de la orilla. Es como si un automóvil se dirigiese a toda velocidad contra un muro para intentar atravesarlo. Breathtaking!

martes, 20 de marzo de 2007

Viaje a Ponta d'Ouro

Entre Maputo y Ponta d’Ouro hay apenas 100 Km. pero se tardan más de tres horas en llegar. El fin de semana organizamos un viaje para conocer las playas y, si era posible, comenzar por fin con las actividades de buceo. Nuestro convoy estaba formado por dos todoterreno de los de verdad porque las pistas son infernales y, por supuesto, carecen de señalización.

El sábado por la mañana llegamos al malecón desde cuyo pantalán sale el ferrobote o batelão que permite acortar el viaje por tierra en casi dos horas, evitando dar la vuelta completa a la bahía de Maputo al cruzar directamente hasta la punta de Catembe. El ferry en cuestión es un viejísimo barco reconstruido en el 2002 pero cuyo origen se pierde en la memoria de los tiempos. Tampoco en la reconstrucción pudieron hacer milagros así que el estado general del barco es para echarse a temblar. Por lo demás, se trata de una nave muy pequeña en la que apenas caben diez coches que apretujan sin misericordia junto a un millar de bultos y mercancías de todo tipo y que hace el brevísimo trayecto a toda máquina para aprovechar el tiempo. Los precios son módicos: 200 meticales por vehículo y 10 por pasajero, menos de 7 euros en total. El conductor viaja gratis.

Catembe es el Brooklyn de Maputo. Es una pequeña población suburbial de casas bajas y economía deprimida, pero cuenta con una bellísima playa desde la que se disfruta de la mejor vista de la ciudad de Maputo.

Desde Catembe hay que coger una pista en dirección sur. Al principio, la pista es de tierra pero rápidamente cambia y se convierte en una indescriptible trampa de arena fina en la que cualquier coche que no tenga tracción total y reductora se ve inevitablemente engullido. A toda velocidad para evitar las peligrosas detenciones que atraparían los vehículos, nuestro convoy comenzó el viaje entre saltos y derrapajes que nos batían sin compasión. La pista no sigue un patrón diseñado sino que se bifurca, amplia, reduce o desparece sin más, de manera totalmente caprichosa. Eso sí, cualquier camino que se tome conduce invariablemente al destino. En realidad, se trata de pistas abiertas espontáneamente por los viajeros, que se van alterando, rectificando modificando a medida que surgen inconvenientes como un bache grande, un exceso de arena o un trazado circunstancialmente más favorable. Es una cañada hecha por automóviles.

La pista entra en el Parque de los Elefantes, una enorme reserva natural donde hay, además de los titulares, cocodrilos e hipopótamos. Se trata de un espacio relativamente peligroso porque no hay guardas ni estructura alguna como la del Kruger; aquí se han limitado a vallar la zona –ni siquiera totalmente- y a esperar que los elefantes no aplasten a los escasos turistas cosa que, según se dice, ha ocurrido alguna vez por cierto exceso de confianza.

Una vez rebasado el Parque de los Elefantes se llega a la zona de playas que termina en Sudáfrica: Ponta Mamoli, Ponta Malongane y Ponta d’Ouro. Las dos primeras son prácticamente vírgenes aunque hay algunas cabañas de madera en el interior del bosque; la última, a apenas cinco Km. de Sudáfrica, tiene una cierta infraestructura turística con algunos cafés, cabañas de alquiler y varios centros de buceo y pesca. También hay clubes de surf. Todo se ha hecho respetando la playa que permanece intacta. Cualquiera de las tres pontas constituye un espectáculo visual impresionante. El mar tiene un bellísimo color turquesa y sus fondos están repletos de coral. Las dunas llegan a la playa entre manchas de vegetación y las olas baten sin cesar unas amplias y muy tendidas orillas. El mar, al contrario de lo que ocurre en el mediterráneo, es muy bravo y en pocos momentos pasa de la placidez a un fuerte pero vistosísimo oleaje.

Alquilamos una casita a unos 200 metros de la playa, con jardín y empleado incluido, por 1.800 rands la noche (cerca de 180 euros). Como era de esperar, todos los turistas de la zona, excepto nosotros cinco, eran boers de manera que tanto los precios como el ambiente general, eran sudafricanos.

De entre los europeos de la zona, los boers o granjeros (léase burs) son los más rústicos puesto que, en su origen, emigraron en el siglo XVII desde Ciudad del Cabo hacia el norte y se convirtieron en campesinos alejados de la ciudad y separados por completo de los afrikaners de Ciudad del Cabo. En realidad, aunque para los extranjeros todos son afrikaner y utilizan el mismo idioma, los boers se consideran otro pueblo (el Boeresvolk) sometido por los primeros y obligados, entre otras cosas, a seguir el régimen del apartheid. No todos los boers son de origen holandés, también los hay belgas, alemanes y calvinistas franceses a los que luego se unieron algunos portugueses, escandinavos, españoles, ingleses, irlandeses, galeses, indios y malayos, entre otros. Ellos fueron los que defendieron sus tierras del norte, el Transvaal, Orange y Natal, de los ingleses.

Una vez instalados, concertamos la salida de buceo para el día siguiente con un recoleto club que opera bajo el gracioso nombre de Divocean y nos fuimos a reposar nuestras baqueteadas espaldas. En el cielo nocturno se veía con una claridad asombrosa, la Cruz del Sur.

La portentosa y trágica historia de Mario Azevedo

Al sur de Maputo se encuentra el Parque de los Elefantes, una reserva natural que carece casi por completo de vías de acceso. Junto a la pista de arena que va de Catembe a Ponta d’Ouro, muy cerca de la playa y formando una extraña costa interior, hay numerosas lagunas de orillas desdibujadas por los juncos y la maleza. Mário Azevedo, portugués de nacimiento y mozambiqueño de corazón y pasaporte, solía pasear por ellas. Su posición acomodada, fruto de diversos negocios y tiendas minoristas de las que era titular, le permitían disfrutar de algún tiempo libre que dedicaba a recorrer los caminos y paisajes cercanos a Maputo. Un día, decidió ir a paser por la Lagoa Piti en compañía de su perro. La laguna es una enorme extensión de agua de 9.200 Km. cuadrados que cuenta con una riquísima y variada población de aves, lo que la convierte en un afamado destino para los bird-watchers sudafricanos más entusiastas.

Mário Azevedo había cenado con un amigo la noche anterior a quien había informado de su plan de ir a la Lagoa Piti y con el que concertó una entrevista que habría de celebrarse a su regreso. Al día siguiente, sin embargo, lo único que volvió de Mario Azevedo fue su perro. De él no se supo nada.

Cundió la alarma y comenzó la búsqueda por la laguna pero no se encontraron rastros. Un amigo de Azevedo, que a la sazón tenía varios conocidos entre los fetizeiros de la zona por ser persona de gustos y creencias tradicionales, propuso consultar con alguno de ellos y, en efecto, hubo quien dijo estar en condiciones de hallar al desaparecido. Para ello –dijo- necesitaba al perro. Cuando se lo trajeron, puso en marcha un largo rito preparatorio que concluyó, súbita y violentamente, con la extracción a lo vivo de ambos ojos del infortunado can. Según teorías del fetizeiro, aquellos ojos de color de miel guardaban la imagen del lugar donde se encontraba D. Mário. El rito continuó con el examen ritual de los ojos y la visión metafísica de los escondrijos y cuevas situadas entre los cañaverales de la Lagoa Piti.

La magia hizo efecto y el fetizeiro logró conducir a los rescatadores hasta el lugar donde se encontraba el desaparecido. Pero la historia no tuvo un final feliz. Mário Azevedo había sido atacado por un cocodrilo y su cadáver arrastrado hasta una madriguera donde fue devorado. El sacrificio de su pobre perro sólo sirvió para recuperar su cabeza.

jueves, 15 de marzo de 2007

Los misterios de la compra

Hoy voy a proponer un juego. Ayer, visto que nuestro nivel de suministros y soporte vital estaba llegando al nivel defcon-cuatro de emergencia y que las hormiguitas que viven en el azúcar comenzaban a flaquear, Silvia me puso la cabeza como un bombo durante el desayuno. Para tranquilizarla y darle algo que hacer durante la mañana, puesto que la falta de agua corriente la tiene ociosa desde muy temprano y eso no debe ser bueno para su índice de grasa corporal ni para mi reserva de galletas, le sugerí que me hiciera una lista con las cosas más urgentes de modo que pudiera ir sobre seguro a la hora de acercarme al Shoprite, mi supermercado del barrio, cuyo tranquilizador lema es “Ons pryse is die lagste” y que gira bajo el compromiso de que “Laer pryse maandeliks, weeklinks, daaglinks” lo cual, en mi caso y afortunadamente, no les compromete a casi nada porque no lo entiendo. Se trata, en efecto, de una multinacional afrikaner que se ha instalado en Mozambique con un modelo de negocio similar al de los hiper españoles. Tiene de todo y de buena calidad, teniendo en cuenta que casi todos sus productos son importados de Sudáfrica.
Después del trabajo llegué al flet, me despojé de la malhadada corbata y recogí la nota primorosamente escrita por Silvia. Su libro de postres se encontraba al lado lo que presentaba buenos augurios. Conduje hasta el Shoprite y cuando, carrito en mano, me enfrenté con la lista para iniciar el recorrido por los pasillos, me encontré con esto:

Sta sof ? p/roupas depois de lavados
Molas 1 dúzia
Palha de aço p/panelos
Pomada preta s. doutor
Cobra liquida p/ochás e panos
Royal
Custard p/fazerbolos
Trigo

Me tuve que apoyar en el estante de los dodotis hasta recuperar el aliento. Uno cree que habla un idioma o que, al menos, se defiende, hasta que se enfrenta a una carta de restaurante o a una lista de la compra. Pues bien, de todo lo referido, a duras penas lograba entender algo y lo que entendía no tenía sentido. Dispuesto a desentrañar el misterio como un nuevo Dupin me hice algunas preguntas básicas: ¿qué podía ser aquélla “paja de acero”?, ¿y el sta sof para ropa que la propia Silvia acotaba con una amenazadora interrogación? ¿Qué me dicen de la pomada negra? ¿y de la cobra líquida que lo mismo sirve para los otés (traducción literal) que para los paños?. Lo de fazerbolos se podía explicar pero el resto carecía de sentido. En resumen, que aquello no parecía una lista sino un poema conceptual escrito por Dalí tras una mala noche.
El juego, pues, consiste en intentar adivinar qué es cada cosa. Valen aproximaciones. Bajo la foto del jugoso libro de recetas, está la solución. A mí me costó preguntar a medio millar de señoras que se me quedaron mirando con cara de pena.
Sta sof ? p/roupas depois de lavados. Se trata de la marca de un suavizante, Stay Soft, que se aplica después del lavado de la ropa.
Molas 1 dúzia. Una docena de pinzas. Esto era pura ignorancia mía.
Palha de aço p/panelos; los panelos son las placas de la cocina y lo otro es lana de acero o sea, nuestras entrañables nanas.
Pomada preta s. doutor. La pomada es, simplemente, crema negra de zapatos. La “s” equivale a sapatos
Cobra liquida p/ochás e panos. Es otra marca, en este caso de cera líquida. Ochás iba por os chãos, es decir, los suelos. Panos no eran paños sino paredes alicatadas.
Royal. Sí, nuestra levadura de toda la vida.
Custard p/fazerbolos. Otra marca de polvo azucarado con el que se hacen bollos o pasteles.
Trigo. Harina
En fin, más de seis respuestas acertadas, un contrato vitalicio de traductor intérprete, laureado y con marcha de pompa y circunstancias.
Entre cuatro y seis respuestas acertadas, mención honorífica y la mitad del bollo que pretende hacer Silvia.
Entre dos y cuatro respuestas acertadas, notable. Copia autografiada por Silvia de la receta para hacer bolinhos de papel
Entre una y dos respuestas acertadas: abrazo conmiserativo y consolador.
Ninguna respuesta acertada, pescozón zoquetero (consuélense, forman parte del grupo del autor)

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martes, 13 de marzo de 2007

TAP, VIP, Museu, CFM

El domingo fui a recoger al colega que viene por quince días para dar los primeros cursos a jueces mozambiqueños. El avión de la TAP (Take Another Plane, dicen las malas lenguas) llegó con media hora de adelanto de manera que, cuando llegamos a la Sala Vip, ya nos estaba esperando. Esto de las salas Vip es un maravilloso invento al que, una vez conocido, se le coge inmediato cariño. No sólo no tocas ni una maleta ni te enfrentas a ventanilla alguna sino que todo te lo llevan allí en mano, equipaje y pasaporte, con los trámites cumplimentados, mientras disfrutas de algún refresco en el salón climatizado departiendo tranquilamente con quienes te han venido a recoger. Aquí está reservada a Diplomáticos, Ministros y miembros del Tribunal Supremo al que, parece ser, estamos asimilados. Para mí, claro, ha supuesto un inesperado –aunque lamentablemente temporal- ascenso.
En la Sala estaba también el Embajador que regresaba de España tras el encuentro de mujeres africanas que tuvo lugar en Madrid y el Ministro de Cultura, un agradable caballero que venía en clase turista.
Es la primera misión de mi colega en el extranjero así que, nada más bajar del avión, se quedó con la boca abierta y así la mantuvo hasta que se la llenó de camarões durante la cena. Es un catalán simpático y sonriente que venía un poco asustado por los cambios de última hora pero que se ha adaptado valientemente a la situación y se ha puesto manos a la obra con entusiasmo. Se aloja en el hotel Cardoso que, según creo, tiene las mejores vistas sobre la bahía de la ciudad. En este hotel residió el gobierno provisional mozambiqueño durante los primeros meses de la independencia. Recientemente, ha sido remozado y acondicionado. El hotel se encuentra frente al museo de historia natural, probablemente el edificio histórico más elegante de todo Maputo, de estilo manuelino y formas delicadas.
Por la tarde dimos un paseo en coche por la ciudad y fuimos hasta la vieja estación colonial de ferrocarril (los Caminhos de Ferro Moçambicanos).La estación ha sido también restaurada y hoy constituye una de las imágenes emblemáticas de Maputo, con su estilo barroco, afrancesado y monumental. Recorrimos la Baixa, las grandes avenidas 24 de Julho (que conmemora el día de las nacionalizaciones) y Eduardo Mondlane (primer líder del Frelimo que murió en 1969) y terminamos dando un largo paseo por la Avenida Marginal que discurre junto al malecón. Finalmente fuimos a cenar al Mercado do Peixe, un sitio que me va resultando familiar. Escogimos un buen montón de langostinos y nos los hicieron a la parrilla, con perejil, salsa de limón y arroz caldoso. Mi colega, que no estaba seguro de que le gustasen, no dejó ni uno como recuerdo. Cuando salimos, nuestro joven guardacoches seguía custodiándolo sin despegarse de él. Cuando llegamos, nos había repetido sonrientemente su nombre, para que no olvidásemos a quién había que dar la propina.

Un paseo por la costa

Hoy he dado un larguísimo paseo que me ha llevado hasta la Costa do Sol, la playa de Maputo. Una carretera mal asfaltada separa las playas de la marina, donde se encuentra todo tipo de locales, discotecas, restaurantes y condominios de lujo (urbanizaciones). Es una zona de diversión y de residencia para extranjeros o ciudadanos acomodados. No tanto como el barrio de Sommershield o las avenidas Julius Nyerere y Kenneth Kaunda, pero se parece bastante. Aquí la ciudad se torna amplia y luminosa, con anchas avenidas bordeadas de palmeras, jacarandás y acacias rojas que flanquean palacetes y casas de altos funcionarios o diplomáticos. Los restaurantes son tan internacionales como sus precios y los locales de moda solo atienden a una clientela selecta. La carretera de la marina separa la zona urbana de la hermosa playa cuyas aguas, en cambio, por estar muy próximas a la ciudad y constituir el estuario de los ríos Incomati y Maputo que dan acceso a los puertos de la capital, están sucias y revueltas. Esta playa interminable es la utilizada por los habitantes menos pudientes de la ciudad que la llenan durante los fines de semana. Entre ellos se mueven los pescadores que, en pequeños grupos de 8 ó 10 personas, jalan las redes que tienden desde la costa con pequeños esquifes.
A la altura del Club Marítimo, una vez pasado el Casino, se encuentra el esqueleto del Hotel 4 Estações. Se trata de un aparatoso rascacielos construido a escasos metros del litoral. Cuando en 1975 se declaró la independencia, el hotel estaba a medio construir, de modo que los portugueses se marcharon y el edificio quedó únicamente con la estructura de hormigón. Así ha permanecido, solitario y vacío, durante más de 30 años, como un extraño monumento a la descolonización. Pero ha sonado su hora. El próximo día 31 de marzo será finalmente demolido con cargas explosivas. Toda la ciudad está sobre aviso y se han difundido folletos advirtiendo y señalizando la zona de exclusión.
De regreso a la ciudad por la orilla del mar, encontré un grupo de pescadores descargando las redes. Utilizan artes muy tupidas de manera que capturan de todo: ví peces minúsculos, morralla multicolor, cangrejos parecidos a nécoras y, lo más preciado, langostinos. Los pescadores hacían tres grupos con las capturas, los peces, los cangrejos y los langostinos. Luego irían a venderlo al Mercado do Peixe.
Siguiendo la costa, se llega al puerto pesquero, un pequeño recinto a donde llegan unos barcos vetustos y herrumbrosos llenos de peces increíbles. Aquí, al contrario que en la playa, solo se ven piezas descomunales, meros, besugos, congrios y un sinfín de peces desconocidos. Al llegar a puerto, ya hay esperando pequeñas furgonetas refrigeradas listas para cargar la mercancía y llevarla a otros destinos, incluyendo a Sudáfrica. Pocos de estos peces se ven en los mercados locales. Junto al puerto, hay una gran cantidad de puestos callejeros de comida y bebida donde los pescadores descansan y comen después de la faena.
En la Plaza 25 de Junio -fecha de la independencia y día en que Samora Machel asumió la Presidencia de la República- se yergue una antigua fortaleza de piedra roja construida por los portugueses. Tuvo carácter militar para defender el puerto y, a veces, también sirvió de prisión; hoy se dedica a un pequeño museo al aire libre con piezas herrumbrosas y cañones antiguos. El patio de armas se dedica a actividades culturales que van desde conciertos de jazz a desfiles de moda.En la plaza de la fortaleza se instala los sábados un mercadillo de artesanía, repleto de esculturas, baratijas, abalorios y cajitas de ébano, sándalo y palo rosa. También hay pinturas, batik y capulanas de todos los colores. En el mercado se ven bastantes extranjeros, la mayor cantidad de blancos que he visto junta en Maputo. Los objetos se repiten en casi todos los puestos, indicando que no los fabrican los vendedores. Lo más seguro es que lo hagan artesanos del norte, habitantes de regiones desfavorecidas o minusválidos físicos (hay un programa de ayuda que consiste en eso) y luego los distribuyan los pequeños vendedores callejeros. Estos puestos también se ven por toda la ciudad aunque muy especialmente cerca de los hoteles ocupados por extranjeros. Si el suelo aparece con mantas llenas de artesanía puedes estar seguro de que hay un hotel por los alrededores. Los precios no son altos y, naturalmente, hay que regatear. Por una caja de tamaño medio, como de puros, de ébano incrustado de hueso, pueden pedir unos 400 ó 500 meticales, es decir, unos 14 ó 15 euros. Pulsera de madera, colgantes de palo rosa y hueso y peines de ébano, suelen costar alrededor de 50 meticales, es decir, 1,50 euros.

lunes, 12 de marzo de 2007

Inmigración Ilegal

Ahora resulta que soy un inmigrante ilegal. Según parece, mi visado sólo permitía una entrada y una salida del país. Cuando salí a Sudáfrica, por tanto, me quedé sin visa. La cosa no hubiera tenido importancia si, al entrar de nuevo, me lo hubiera dicho el aduanero. Me habría sacado otra después de dos horas de espera, el abono de los respectivos cargos y ya está. Pero resulta que no me dijeron nada, que me dejaron entrar como si nada y héte aquí que ahora aparezco convertido en un inmigrante sin autorización para estar en el país, o sea, en un auténtico indocumentado y, además, delincuente laboral.

Me enteré de tan bonita nueva a través del servicio de protocolo del Supremo cuyo representante vino a contármelo con cara de Ayvé la que se ha armado! porque, al parecer, algún chivato-gafotas-acusica le había ido con el cuento al Ministro del Interior y éste se lo había transmitido, a su vez, al Venerando Presidente porque la cuestión llevaba aparejada una multilla de 1.000 meticales diarios de nada. Afortunadamente la cuestión ha sido solucionada por los conductos habituales y parece ser que sobreviviré. De momento, voy con varias certificaciones oficiales llenas de sellos donde se hace constar mi nada sospechosa condición y las altas labores a las que me dedico, todo para que la policía no me detenga y me meta en las tenebrosas cadeias (prisiones) sin darme la oportunidad de abrir la boca. Y ojito porque aquí eso del hábeas corpus, la asistencia al detenido, el ingreso en prisión por orden judicial y otras cuestiones menores están, no digo que no, pero muy raramente en la práctica diaria.
Mi pasaporte y demás legajo de apoyo están ahora en un misterioso departamento del que mi papelillo de color grana saldrá renovado, con un visado múltiple y una tarjeta de residencia. Entonces me convertiré, por fin, en un expat con todas las de la Ley y dejaré de mirar de soslayo a los policías que patrullan las calles desde sus pick up’s.

jueves, 8 de marzo de 2007

Qué hace?

Seguro que los desocupados lectores de este diario se habrán preguntado alguna vez a qué dedica el Capitán su tiempo lectivo, porque del libre ya da cumplida cuenta. Pues bien, hasta ahora me he dedicado, a grandes rasgos, a hacer un esbozo de la situación de los tribunales de este hermoso país. No voy a aburrir a nadie dando detalles excesivos pero sí creo interesante hacer un extracto básico de las condiciones materiales en las que se mueven. Todos nos quejamos de nuestra situación y, por regla general, nos falta perspectiva y esa otra cosa que los juristas estudiosos denominan derecho comparado.
Los Juzgados suelen disponer, en el mejor de los casos, de un solo ordenador aunque nunca –o muy raramente- está conectado a Internet. Toda la gestión de los casos se hace a mano o con la única ayuda de máquinas de escribir totalmente mecánicas que son las que menos se estropean y apenas requieren mantenimiento. Por esto son las preferidas: un recambio de máquina de escribir eléctrica o de aquellas llamadas en su día electrónicas resulta imposible de obtener dado que dejaron de fabricarse hace muchos años. En cambio, cualquier problema con una máquina de varillas puede solucionarse llamando al herrero o al soldador.
Con todo, lo normal es que los tribunales sólo dispongan de una máquina o, como máximo, de dos. Desgraciadamente, casi es más frecuente que solo tengan media, es decir, una máquina compartida con algún otro juzgado u oficina.
Las instalaciones judiciales, exceptuando algunas de la capital, son poco funcionales, antiguas y sin comodidad alguna. El aire acondicionado suele reservarse para el despacho del Juez o, en el mejor de los casos, para la sala de audiencias. El resto suele limitarse a algún ventilador particular que aporta el interesado. El mobiliario es antiguo, medio desvencijado o desvencijado del todo y escasamente funcional. Hay una carencia sorprendente de armarios de todo tipo y especialmente de archivo, con lo que el suelo acostumbra a estar sembrado de pilas enormes de papel cubierto de polvo.
Falta también una buena dotación en material de oficina, desde máquinas fotocopiadoras o faxes hasta grapadoras o encuadernadoras. Ciertos aparatos, como arcos de detección de metales, destructoras de documentos, máquinas de videoconferencia, micrófonos o cámaras, son entes absolutamente desconocidos.
El problema fundamental que aqueja a la tramitación de los casos, con todo, es el de los actos de comunicación de los tribunales. Casi la mitad del personal de las oficinas judiciales está dedicado a ello. Carecen de servicios comunes y de medios de transporte propios por lo que suelen viajar en chapas, recorriendo la ciudad como almas en pena con las cédulas de notificación en la mano, buscando gente, preguntando por unos y por otros y localizando barracas en medio de un cinturón suburbial que se extiende como un chaparral de huertos y casitas minúsculas.
Para esto sí hace falta vocación.