Mário Azevedo había cenado con un amigo la noche anterior a quien había informado de su plan de ir a la Lagoa Piti y con el que concertó una entrevista que habría de celebrarse a su regreso. Al día siguiente, sin embargo, lo único que volvió de Mario Azevedo fue su perro. De él no se supo nada.
Cundió la alarma y comenzó la búsqueda por la laguna pero no se encontraron rastros. Un amigo de Azevedo, que a la sazón tenía varios conocidos entre los fetizeiros de la zona por ser persona de gustos y creencias tradicionales, propuso consultar con alguno de ellos y, en efecto, hubo quien dijo estar en condiciones de hallar al desaparecido. Para ello –dijo- necesitaba al perro. Cuando se lo trajeron, puso en marcha un largo rito preparatorio que concluyó, súbita y violentamente, con la extracción a lo vivo de ambos ojos del infortunado can. Según teorías del fetizeiro, aquellos ojos de color de miel guardaban la imagen del lugar donde se encontraba D. Mário. El rito continuó con el examen ritual de los ojos y la visión metafísica de los escondrijos y cuevas situadas entre los cañaverales de la Lagoa Piti.
La magia hizo efecto y el fetizeiro logró conducir a los rescatadores hasta el lugar donde se encontraba el desaparecido. Pero la historia no tuvo un final feliz. Mário Azevedo había sido atacado por un cocodrilo y su cadáver arrastrado hasta una madriguera donde fue devorado. El sacrificio de su pobre perro sólo sirvió para recuperar su cabeza.
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