martes, 18 de septiembre de 2007

Regreso al Kruger. Otra colección





Capulanas

La capulana forma parte de la esencia de Mozambique. Esas telas multicolores esconden muchas historias y secretos. Para un occidental, sólo son telas, para un mozambiqueño, una tradición secular. Hay otros lugares de Africa en que se utilizan las capulanas pero de manera completamente distinta: a veces sólo como tejido para confeccionar prendas, otras como piezas para protegerse la cabeza y muchas otras como prendas auxiliares. Sólo en Mozambique constituyen un mundo de de información y de señales.

Las capulanas comenzaron a usarse en el siglo XIX y eran tejidos de algodón estampado que los mercaderes portugueses traían de Oriente hasta Mombasa. Cada lienzo se dividía en seis piezas cuadradas que, a su vez, se cortaban por la mitad a la vez que se remataba el lado más largo. De esta manera se obtenía la capulana tradicional o de “3 por dois lenços”.
Las mujeres comenzaron a envolverse en esta pieza que amarraban de manera más o menos artística y así fue cómo la capulana empezó a utilizarse como prenda de vestir. Con la generalización de su uso y su adaptación a las tradiciones africanas, la capulana terminó por convertirse, por un lado, en símbolo de riqueza y, por otro, en un avanzado instrumento cultural de comunicación.
La capulana interviene en todo tipo de relaciones sociales y es el regalo más apreciado por las mujeres. Se entregan capulanas en las pedidas de mano, en los lobolos, para cumplimentar a la suegra, a las tías, a las hermanas, a las madres… si un hombre está interesado en una mujer, el regalo de capulanas se interpreta como una señal de compromiso.
La calidad de la tela también determina el interés, relevancia y valor que la mujer representa para la persona que la regala. Los hombres han de conocer el significado de los regalos y de las capulanas porque cada una tiene uno distinto y algunos son contradictorios. Hay capulanas para la cabeza, para el cuerpo, para vestirse totalmente con ellas, de trabajo, de fiesta, para llevar a los niños, etc.
Las mujeres casadas no compran capulanas. Lo hacen sus maridos y deben hacerlo una vez al mes. De lo contrario, las cosas no van bien. Dentro del matrimonio, el marido debe conocer el significado de cada dibujo y colores, de modo que su regalo mensual contiene un mensaje para todos aquellos que vean a su mujer. Si el esposo está contento porque su matrimonio discurre felizmente, regalará capulanas alegres, ricas y floridas.
Todos sabrán que está contento con su mujer y ella lucirá la capulana con orgullo. Si fuera otro el caso, el marido entregará capulanas apagadas, oscuras o de inferior calidad. También las hay para indicar luto, preocupaciones, sucesos felices y muchas otras cosas. Hay capulanas para solteras y para casadas; modelos y tipos que solo utilizan las abuelas o las madres en actos especiales como la boda de sus hijas y otros patrones o combinaciones de colores sólo los usan las curanderas o personas sometidas a algún tratamiento espiritual. Cada tejido y cada modo de llevar la capulana indica algo al ojo experto. Si la mujer lleva sólo una pieza, es para anudarla a la cintura y servir de falda. Ello indica bajo poder adquisitivo. En cambio, una mujer pudiente tiene, al menos, juegos de dos capulanas iguales, una que utiliza como falda y la otra para mil menesteres o como simple pieza de reserva y emergencia que guarda en su bolso. La calidad del tejido también es, por descontado, otro indicador y llega a ser especialmente rico cuando se utiliza para confeccionar un traje entero. Para ello se necesitan cuatro capulanas como mínimo; una que hace de falda base, otra que se coloca en el torso; una tercera que se coloca en la cintura formando pliegues y una última en la cabeza, como tocado. Utilizando tejidos lujosos, como la seda, y colores brillantes se obtienen resultados decididamente espectaculares.

Otro de los usos básicos de la capulana es el transporte de niños. Es muy difícil en Mozambique ver un carrito de bebé; todos se llevan a la espalda y se sujetan allí con capulanas. Para hacerlo correctamente, deben usarse dos que amarren bien al niño y eviten que se le mueva la cabecita si se realiza algún movimiento brusco. A veces, estas capulanas se mueven hacia delante para permitir a la madre amamantar al niño mientras hace otras cosas.
La capulana es, como se ve, un lienzo que envuelve mucha vida en Mozambique.

viernes, 14 de septiembre de 2007

Un paseo nocturno

Anoche, uno de los guardas se puso enfermo. Parecía ser algo del apéndice aunque él le quitaba importancia. Decía que le habían operado de alguna cosa por ahí y que cuando cambiaba el tiempo le dolía. La cosa se agravó con el paso de las horas de modo que, rechazada la oferta de ir al hospital, decidí llevarle a su casa para que descansase. “Es algo lejos”, dijo, y enmudeció discretamente. Resultó que, más que lejos, su casa parecía estar en otra provincia, detalle que aprecié casi inmediatamente al ver que las avenidas desaparecían y nos internábamos en un laberinto de callejuelas flanqueadas de chabolas y huertecitos que dieron paso, finalmente, a un territorio salvaje en el que no había ni trazados, ni aceras ni calles ni callejuelas, sino pistas de arena por las que mi sufrida bakkie daba tumbos deslizándose de acá para allá como un monstruo borracho mientras mi pobre pasajero enfermo se debatía en un ay y yo me hacía cruces pensando en el regreso. Cada vez que el paciente me indicaba un nuevo giro o una desviación yo me encomendaba a todos los santos para acordarme de algún detalle que me permitiera regresar vivo a la civilización. Los arrabales de Maputo son un laberinto sin iluminación y sin calles, en el que se mezclan las casitas con las chabolas, los baruchos de mala muerte con las machambas y algún coche despistado, bamboleante entre las dunas, con un enjambre de chapas desencajadas que conectan todos los barrios entre sí. En medio de aquél dédalo, sumido en la oscuridad más espantosa, el único coche conducido por un blanco era el mío. Si se me para ahora la carrinha –pensé- estoy perdido. Cuando dejé al guarda en su casa, emprendí el regreso conteniendo el aliento. Dado que no hay iluminación alguna, carecía de casi toda referencia visual, de modo que imploraba al cielo que me iluminase cada vez que me veía en un cruce. Mis oraciones debieron hacer efecto porque conseguí llegar a las avenidas del centro de Maputo sin mayores contratiempos. La distancia entre el centro y los arrabales es algo más que una cuestión geográfica.

El Capitán regresa!

Todo lo bueno acaba pero lo nuestro es seguir.
Las nuevas aventuras están a punto de comenzar...