miércoles, 21 de marzo de 2007

El Índico

El buceo en el Océano Índico tiene características propias. No son aguas tranquilas sino inestables; cambian de estado con mucha facilidad por causa del viento y las olas aparecen inesperadamente bajo un cielo azul y despejado que no permite anticiparlas. Ponta d’Ouro es una bahía muy abierta en la que la brisa más ligera levanta olas de tamaño considerable; suelen entrar por el Sur y van a romper muy cerca de la orilla. La plataforma es muy amplia y tendida, de manera que se puede andar mucho por el agua hasta que adquiere profundidad. Casi toda la playa desaparece con la pleamar.

Contactamos con un club de buceo de Ponta d’Ouro. La primera salida que tendría lugar a las 6:45 de la mañana del sábado. Terrible madrugón, pues, dado que nuestra casa estaba un poco apartada de la playa y había que coger los coches para llegar allí.

El club Devocean está dirigido por un matrimonio de boers, Tony e Ivonne, serviciales y divertidos como pocos y siempre atentos a cualquier necesidad o duda que se les plantee. Tony estuvo en España e intenta colocar algunas palabras en español en medio de su discurso inglés con fortísimo acento afrikáans. Ivonne prepara una mesa con todo tipo de cafés, chocolates e infusiones, junto con varios tipos de galletas y bollos. Al lado, un enorme samovar mantiene el agua caliente necesaria para que cada uno pueda prepararse el desayuno que prefiera.

El equipo que ofrecen en alquiler no es, precisamente, de primera calidad. No está mal, pero es aconsejable comprobarlo bien. Yo descubrí que la tráquea de mi chaleco estaba rota y mi compañero no se dio cuenta de que su cinturón de plomos no cerraba bien, lo que le dio un susto al comenzar la inmersión y le tuvo luego, durante toda ella, con una mano al cinto como un extraño torero haciendo un interminable paseíllo.

En un viejísimo Land Cruiser de caja de madera nos trasladamos a la orilla del mar donde nos aguardaba nuestro barco. Se trataba de una zodiac semirrígida de unos 7 metros de eslora y manga muy reducida en comparación que las que se utilizan normalmente en España, lo que sin duda pretende conferirle mayores propiedades dinámicas. El bote estaba en medio de la playa, varado en la arena, porque no hay embarcaderos ni pantalanes de ningún tipo. Esto no auguraba nada bueno y en efecto, en cuanto subimos el material a bordo, Tony dio la voz de arrimar el hombro para llevarlo al agua. Nos costó lo nuestro y eso que hubo que pedir ayuda a algunos viandantes que amablemente nos echaron una mano.

Al subir a bordo, Tony nos preguntó si sabíamos como viajar en ese tipo de bote. Como le dijimos que no, nos advirtió que teníamos que introducir los pies en unas cintas cosidas al suelo que forman una especie de empeine de sandalia y que sirven para no salir disparados con la primera ola. Además, hay que asirse con las dos manos a un cabo especial que recorre, muy ceñido, toda la borda. Una vez colocado adecuadamente, el pasajero queda sujeto por manos y pies, garantizando así su estabilidad, lo que tiene su importancia dado que la manera de patronear el barco por parte de Tony coloca el recién tomado desayuno al borde mismo de la campanilla. Como las olas son bastante altas, en algún caso de más de 3 metros, el truco consiste en irlas siguiendo a lo largo como hacen los surfistas y en un momento determinado, pasarlas de lado; a continuación, se toma la siguiente ciñendo al sentido contrario y así sucesivamente hasta que se llega al punto de inmersión. Para que esto funcione, hay que ir a una velocidad endiablada y dar unos virajes tan violentos que zarandean al pasaje como si estuviera en una batidora. Como crucero, resultaría excesivamente emocionante. Como montaña rusa, de tipo medio.

La otra sorpresa que nos esperaba es que el barco no fondea, es decir, que se mantiene suelto y en movimiento sin echar ancla ni cabo alguno. El sistema es el siguiente: el monitor lleva un largo cabo arrollado a una especie de carrete con el que sujeta una pequeña boya. Esta boya es la que señala al patrón del barco por dónde va el grupo de buzos y, al terminar la inmersión, los recoge por donde salen. No está mal, a menos que uno se pierda bajo el agua y tenga que subir a la superficie, en cuyo momento se las verá y deseará para que le encuentre el patrón en medio del oleaje. Ahora comprendo el valor del silbato que llevamos en el chaleco.

El fondo resultó increíblemente hermoso. Tras una inmersión muy rápida, comprobé que se trata de un arrecife coralino a muy poca profundidad, apenas 20 metros, pero repleto de vida. Justo bajo el bote encontré media docena de increíbles lionfish o peces escorpión, venenosas y bellísimas criaturas. Entre interminables cardúmenes de peces multicolores, vimos enormes meros de casi 200 kilos, mantas-raya descomunales y una preciosa tortuga carey que se comió tranquilamente una medusa mientras subíamos y ella permanecía a apenas tres metros de distancia. La visibilidad era buena aunque el movimiento del oleaje era muy grande y nos mecía como una gigantesca cuna . Al final, la inmersión duró una hora pero se hizo corta, el agua estaba caliente y acogedora y no encontramos ni rastro de otros habitantes igualmente emocionantes pero de inquieta presencia: los tiburones martillo y tiburones toro que, al parecer, frecuentan esta área.

La ascensión fue tranquila hasta llegar a la superficie, momento en que las olas comenzaron a maltratarnos hasta que llegó el bote y nos pudo recoger. El regreso a la costa fue igualmente vertiginosa y la entrada, sencillamente espectacular. Consiste en que el patrón, una vez superada la zona de rompientes, encara de frente la ribera y acelera a toda máquina para poder así salir del agua y terminar varado en la arena a diez o doce metros de la orilla. Es como si un automóvil se dirigiese a toda velocidad contra un muro para intentar atravesarlo. Breathtaking!

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