miércoles, 20 de junio de 2007

Gorongosa

De camino a Chimoio, la capital de Manica, se encuentra el Parque Nacional de Gorongosa. Durante la guerra civil, la zona fue uno de los principales campos de batalla donde la Frelimo y la Renamo se batieron. Los 3.300 Kilómetros cuadrados del viejo parque colonial quedaron prácticamente desprovistos de vida animal y las instalaciones turísticas de Chitengo permanecieron en ruinas durante muchos años. Después de la guerra hubo algunos intentos por resucitar el parque, principalmente a partir de finales de los años 90 pero no fue posible por falta de medios. En 2006 tomó las riendas de este proyecto la Fundación Carr de Estados Unidos que, junto con el gobierno de Mozambique, diseño un proyecto de rehabilitación que durará 30 años. Se están introduciendo nuevos animales para repoblar la casi extinta población original y se procede a reparar el centro turístico de Chitengo.
El 14 de abril pasado se abrieron de nuevo las puertas del parque para los turistas nacionales y extranjeros (cada uno con distinto precio de entrada), lo que dio ocasión a que todos los amigos de Beira nos fuésemos allí a pasar el día.
Desde Beira se tardan más de dos horas en llegar a Gorongosa y, una vez abandonada la carretera principal, hay que recorrer 11 Km. hasta llegar a las puertas del parque. El recorrido se hace por una pista forestal o picada que se encuentra en lamentabilísimas condiciones, lo que hace impracticable el intento si no se viaja en un 4X4 y aún así, da la sensación de que los coches se van a desmoronar en cualquier momento. Nuestros tres vehículos hicieron el trayecto en media hora, en medio de una gigantesca polvareda que se levantaba entre los árboles como el humo de un incendio. Dentro del parque las vías son también de tierra aunque un poco mejor acondicionadas. El problema del polvo es que obliga a los coches a viajar con mucha distancia entre ellos y –sospecho yo- aleja a los animales de los caminos.

Comparado con el Kruger, el Gorongosa es mucho más arbolado, al menos en el sur. Recuerda a la idea tradicional de selva que tenemos los europeos. Claro que también hay enormes extensiones de sabana, pero, en general, la impresión que ofrece es la de un terreno más accidentado y boscoso lo que obviamente dificulta la visión de los animales más allá de las picadas.
En sus buenos tiempos, el parque contaba con los cinco grandes y, además, con hipopótamos y jirafas. Actualmente la población está diezmada o es prácticamente inexistente, de modo que la dirección del proyecto de restauración está procediendo a reintroducir las especies adecuadas para recuperar el ecosistema. Han empezado por los grandes herbívoros (ñus, cebras y búfalos) que han comprado, al parecer, al Kruger. También han comenzado a traer y criar con éxito varios tipos de antílopes. Próximamente comenzarán con los rinocerontes y con algunos carnívoros como el leopardo, las hienas y los perros salvajes, además de los leones que se mantienen en el parque ocupando la parte occidental.
Restablecer un ecosistema de este porte es tarea francamente difícil aunque apasionante y en Chitengo conocimos a la dirección técnica que nos hizo algunos regalos y nos mostró detalles del proyecto.

Dimos un largo paseo por la zona occidental y, siguiendo el río Mussicadzi, llegamos a la Casa de los Leones, una antigua casa de verano en ruinas en la que vive una familia de leones. No pudimos ver ninguno allí aunque sí pudimos apreciar de lejos cómo uno de ellos acechaba entre la hierba a un rebaño de antílopes de agua que pastaba por los alrededores. Estuvimos un buen rato intentando ver si les atacaba y podíamos presenciar un catch, pero no lo conseguimos. Incluso bajamos un instante de los coches en un rapto de valor para obtener una mejor posición, pero todo sin éxito.

Durante el resto del paseo vimos impalas, kudus, facoceros y grandes familias de macacos. Por la tarde, regresamos a comer a Chitengo y disfrutamos de un buffet del que dimos cuenta casi en familia dada la ausencia de turistas. En realidad, creo que los únicos que estábamos allí éramos nosotros y los trabajadores del parque.
Antes de que oscureciera y la noche nos sorprendiera en las horrorosas picadas del parque, regresamos a la carretera con destino a Chimoio. Pero ya raya el día y contaré lo que falta del cuento si me permitís vivir hasta mañana...

martes, 19 de junio de 2007

En la carretera

Los días en Beira transcurrieron conforme al programa previsto: visitas, reuniones e inspecciones locales. Todo sin parar y recorriendo grandes distancias porque la provincia es enorme y porque las comunicaciones no son muy buenas. Ha sido la primera vez que he circulado tanto tiempo por las carreteras del interior de Mozambique. El paisaje no es muy distinto al del sur pero el paisanaje experimenta grandes alteraciones. A lo largo de las carreteras se ven infinidad de poblados. Casi todas las casas están construidas con palos y techos de paja. Las mejores, están reforzadas con barro, adobe y cañas. Hay chozas que se utilizan como habitación donde toda la familia vive junta, sin paredes ni dependencias ni, claro está, cuarto de baño de cualquier tipo. También hay otro tipo muy variado de construcciones, casi todas para servir de corral, almacenes y casetas de aperos. Las chozas suelen estar muy juntas y el poblado carece de cualquier tipo de planificación, estructura, servicio común de saneamiento o abastecimiento de agua por lo que suelen construirse cerca de un río o de una fuente. Pese a todo, la estampa de campesinos transportando agua en bidones es frecuentísima a lo largo de las carreteras. También lo es, de vez en cuando, leer noticias de alguna camponesa devorada por los cocodrilos mientras lavaba en el río.En estas regiones, las carreteras son arterias vitales para las pequeñas comunidades campesinas. Son el único vínculo de comunicación con el mundo de modo que aparecen, noche y día, llenas de gente. Los niños las usan para ir a la escuela, normalmente a muchos kilómetros del poblado; las mujeres, para transportar cosas de un lugar a otro e ir a vender a sus puestos y los hombres para lo mismo y para ir a sus lugares de trabajo o cuidar de sus pequeños negocios. Junto con los omnipresentes peatones, se ven carretas de bueyes, carros de mano y desvencijadas carrinhas o chapas en las que los más pudientes se trasladan e los lugares más lejanos. Frecuentemente las chapas se averían y ello da lugar a escenas extravagantes como una que presencié camino de un distrito, en la que el conductor de la exhausta furgonetilla iba empujándola por la carretera mientras todo el pasaje permanecía tranquilamente sentado en el interior. Pregunté el porqué de semejante estrategia, cuando era evidente que resultaba mucho más práctico que empujaran todos y así consiguieran arrancar la chapa cuanto antes y llegar pronto a su destino. Pero la cuestión no era esa, fui informado. Los pasajeros habían pagado por el transporte y, por tanto, tenían derecho a ser llevados en chapa aunque fuera a paso de tortuga de modo que era el conductor el responsable de hacerlo hasta el punto de que, como sucedía en este caso, el esforzado motorista tenía que deslomarse empujando con el único objetivo de llegar a una pequeña loma desde la que poder intentar arrancar el vehículo cuesta abajo. Si no lo conseguía, seguiría empujando. El que paga, manda y cuando no se tiene dinero, el esfuerzo realizado no ampara ningún otro tipo de ayuda o colaboración.
Por la carretera también se ven todo tipo de pequeños puestos comerciales: venden fruta, animales, pan, miel, madera, leña y carbón vegetal que fabrican ellos mismos al estilo antiguo carbonizando la leña en grandes montones cubiertos de tierra con los que conseguir altas temperaturas. De tanto en tanto, se ven también kioskos de ladrillo en los que venden lotería y refrescos y otras chozas que venden materiales de construcción como ladrillos hechos a mano o adobe. Conducir por estas carreteras es arriesgado porque la gente cruza de acá para allá sin excesivas precauciones y los niños van jugando sin percatarse adecuadamente de los coches que pasan que no son muchos pero circulan a grandes velocidades. De noche, la cosa se torna sencillamente peligrosa porque el tránsito de peatones no cesa hasta muy tarde y aquí oscurece a las cinco de la tarde por lo que pueden encontrarse multitudes hasta las diez de la noche en que finalmente llegan a sus casas.
La vida en los poblados es muy difícil. No hay electricidad ni suministro energético de ningún tipo y donde no hay edificios de donde tomarlo prestado, no se ve ni una luz por la noche. La extrema necesidad por la que pasan los habitantes de los poblados hace que la propiedad se defienda a toda costa y que el robo sea un tipo delictivo extremadamente perseguido; si algún ladrón es sorprendido in fraganti, será perseguido por toda la comunidad con la certeza de que, si le atrapan, lo mejor que puede pasarle será sufrir una tremenda paliza. En muchos de estos poblados, ni siquiera los que cuentan con un empleo por cuenta ajena cobran el salario mínimo actualmente fijado en 68 dólares, unos 1.000 meticales. Se les pagan 200 ó 300 con la excusa de que no tienen ningún tipo de gasto lo que, estrictamente hablando, suele ser casi cierto pues no cuentan con ningún tipo de suministro, no pagan impuestos y son casi autosuficientes pues disponen de huertos y corrales que les permiten contar con un mínimo vital. Para otros productos como el azúcar, la sal y el té, ya hay que hacer un pequeño dispendio y por eso son muy apreciados. La cosa se complica en casos de necesidades extraordinarias como la atención médica, los viajes, la ropa, el calzado y otros lujos que, además de caros, suelen estar a muchos kilómetros de distancia. Dentro de los poblados pueden verse también pequeños puestos de venta o trueque, actividad a la que, en mayor o menor medida, todos se dedican aunque sea a tiempo parcial. Estos puestos, confeccionados con tronquitos, un mostrador elemental y un techo de paja, suelen ofrecer pequeñas porciones de carbón, agua, alguna verdura o fruta y pequeñas comodidades como hilo de coser, cuerdas o alguna bolsa de plástico multiuso, casi todo usado.
Por estas carreteras y poblados, el hombre blanco no suele ser frecuente. Cuando llegaba a uno de nuestros destinos, el colega que me acompañaba decidió parar junto a una carreta de bueyes que dirigían dos muchachos para preguntar por la dirección y paró el coche junto a ellos. Cuando él bajó, los chicos ya pusieron cara de extrañeza pero cuando me vieron bajar a mí salieron corriendo, espantados, como alma que lleva el diablo. Sólo a fuerza de voces y juramentos logró mi colega tranquilizarles y hacerles volver, asegurándoles que el horroroso branco surgido de la nada no les iba a hacer ningún daño.

Beira

La provincia de Sofala está en el centro del país, al norte de Gaza y por debajo de Zambézia de la que está separada por el Zambeze, el gran río sin puentes. La capital de Sofala es Beira, llamada así en honor del heredero al trono de Portugal, Luis Felipe, que lleva el título de Príncipe de Beira. La ciudad es la segunda en tamaño de todo Mozambique, con más de medio millón de habitantes y uno de los puertos más importantes del este de Africa porque constituye la salida natural de Zimbabwe (antes Rhodesia) y de Malawi. Se ha creado una corredor, o pipeline, entre Harare y Beira para el transporte de mercancías que ha convertido a la ciudad mozambiqueña en un punto mercantil clave del África Austral. Con todo, sus tiempos de gloria ya pasaron. Cuando Zimbabwe era Rhodesia y era uno de los países más desarrollados de Africa, Beira se convirtió en la Costa Azul para los blancos rhodesianos, con villas de lujo, atracciones de todo tipo y un diseño urbano amplio y elegante, repleto de parques, avenidas y bulevares. La ciudad está construída a lo largo de una bellísima playa que hoy ha perdido muchos de sus encantos y de sus accesos porque ahora aparece rodeada por un muro de protección contra las mareas y las crecidas del río Pungue que, de tanto en tanto, origina catastróficas inundaciones como las del año 200 que casi destruyeron la ciudad. Ahora la playa está encerrada y no se ve desde el paseo de litoral a menos que se acceda a ella por alguna de las escaleras previstas al efecto.
Además de las crecidas, la ciudad ha sufrido un evidente deterioro desde los tiempos de la descolonización. Lujosas villas y chalets aparecen abandonados y semidestruidos, el Grande Hotel se yergue aún imponente en el atardecer beirense, pero ya está completamente destruido y ocupado por miles de squatters que lo han convertido en un enorme basurero. Desde la costa se pueden disfrutar puestas de sol inolvidables aunque no hay ningún establecimiento desde el que poder hacerlo sentado frente a un humilde café. Los servicios hosteleros son casi inexistentes, con un solo hotel y una pequeña guest house donde me alojé por falta de habitaciones en el Tívoli. Las aceras aparecen reventadas por el crecimiento descontrolado de las raíces de los árboles y la mayoría de las calles son de tierra excepto las principales avenidas.
Llegué a Beira después de un vuelo de una hora desde Maputo, en un avioncito de hélice que une ambas ciudades una vez al día y que apenas permite llevar equipaje dado su tamaño mínimo. Lo peor de estos aparatos no es su estrechez, que le hace a uno viajar con medio cuerpo fuera del asiento, sino el horrible estruendo de los motores que, después del viaje, continúan oyéndose como un runrún interminable.

En Beira me esperaba un viejo amigo de Maputo, querido colega mozambiqueño que me hizo de guía y compañero durante mi estancia allí. Al segundo día de estar en la ciudad, me trasladé a una antigua casa colonial rodeada de un espléndido jardín donde permanecí hasta mi partida, tres días después.
La primera noche en Beira salimos a cenar a uno de los escasos restaurantes de la capital y, de seguido, nos fuimos a descansar. En Beira hace mucho más calor que en Maputo así que caí rendido en la cama, ayudado, quizá, por el medio galón de repelente antimosquitos que me eché por encima y que me dejó medio asfixiado. Aquí la malaria es mucho más peligrosa que en Maputo y había que estar prevenido, así que utilicé el método holístico, o de ataque en masa, aconsejado por un amigo: red impregnada, repelente hasta en el pelo, quemador eléctrico, Baygon a troche y moche e inmersión profunda bajo las sábanas. En esto de la malaria hay un gran porcentaje de suerte porque apenas el 1 por ciento de los mosquitos está infectado. Claro que son muchos pero uno puede sufrir mil picaduras y no pasar nada o tener la desgracia de ser picado por el primer anopheles que estaba contaminado. En el centro del país, la incidencia de la enfermedad es mayor y eso que estamos en invierno. Las condiciones de salubridad generales, especialmente en lo relativo al defectuoso tratamiento del agua, inciden en este mayor riesgo. Se recomiendo anotar el día en que se produce la picadura para controlar sus reacciones 15 dias después que es cuando se manifiestan los primeros síntomas.

jueves, 14 de junio de 2007

Visite Nuestro Bar

Pedimos disculpas por la interrupción. El Capitán ha salido de viaje profesional por el centro del país, donde las condiciones tecnológicas dificultan el tráfico habitual de entradas. Les recomendamos permanecer atentos a nuestra programación pues en breve disfrutarán de excitantes y jugosas novedades, a todo color, en sus pantallas.

miércoles, 6 de junio de 2007

El Kruger II

Al caer la noche, regresamos agotados al hut y caímos como piedras en nuestras camas. A las cinco y media nos pusimos de nuevo en marcha y, como primer objetivo, volvimos a la escena de la cacería. La leona enferma había desaparecido y en su lugar, encontramos a media docena más devorando los restos de la jirafa; un espectáculo que quitaba el aliento y del que fuimos testigos a una distancia menor de cinco metros. Abandonamos el lugar y comenzamos nuestro periplo hacia el sur entre las primeras luces del amanecer. Apenas a dos kilómetros de nuestro punto de partida encontramos nuestro tercer big five: una enorme manada de búfalos. En toda el África austral se utiliza el término big five para referirse a las cinco especies que constituían en su tiempo el summum de todo cazador: el león, el leopardo, el elefante, el búfalo y el rinoceronte. Eran las piezas más codiciadas y las más difíciles de conseguir. Ahora, todas estas especies están en el convenio CITES (Convention on International Trade in Endangered Species of Wild Fauna and Flora) que regula el comercio de especies amenazadas de fauna y flora silvestres y que persigue preservar su conservación controlando la comercialización de cualquier producto relacionado con ellas. Fue firmado en Washington el 3 de marzo de 1973 por 21 países y entró en vigor en 1975. Actualmente se han adherido 169 países, denominados Partes y alcanza actualmente a más de 28.000 especies de plantas y 5.000 especies de animales entre los que se encuentran nuestros queridos big five. Esto hace que, por ejemplo, el control de la población de elefantes en el Kruger se haga cuidadosamente por medio de una caza selectiva muy estricta que no ha evitado que el número de paquidermos haya crecido espectacularmente desde los 7. 500 que había hace un par de docenas de años hasta los más de 14.000 que hay ahora y que están arrasando zonas enteras del parque dado su insaciable apetito y su costumbre de derribar árboles para utilizar la arena y comer las raíces.
El búfalo cafre es un animal impresionante. Notoriamente más grande que un toro, es de un color negro azulado y llega a pesar más de 900 Kg. Impresiona su testuz, una especie de escudo que le cubre toda la frente y que termina en dos afiladísimos cuernos con los que se defiende exitosamente de sus predadores salvo que sea un animal enfermo o una cría. Nuestra manada de búfalos, sesenta animales aproximadamente, estaba atravesando la carretera y lo hacía con total organización. Las hembras y las crías iban en medio del grupo protegidas por los grandes machos que cubrían los flancos, la vanguardia y la retaguardia.
Volvimos a ver búfalos más adelante y en un momento determinado, después de ver warthogs, kudus, hipopótamos, cocodrilos,más cebras y todo tipo de impalas, logramos ver nuestro cuarto y último big: un rinoceronte. Lamentablemente estaba lejos y no se acercó a la carretera de modo que no pudimos identificarle ni con los prismáticos. En el Kruger hay rinocerontes negros y blancos. En realidad, ambos son grises y parece ser que el error procede de la época de la colonización inglesa de África del Sur cuando se confundió la palabra afrikáans usada para nombrar al rinoceronte blanco (widjt) con white cuando, en realidad, significa cuadrado o ancho, haciendo alusión a su boca. Para un profano, la diferencia más apreciable entre ambas especies es la forma del labio superior: en el blanco, la boca es totalmente cuadrada mientras que el rinoceronte negro tiene el labio superior en forma de pico.Después de una larga carrera en dirección sur, atravesamos el río Oliphant, cubierto de una bellísima vegetación otoñal y visitamos el baobab más al sur de toda África que resultó ser un impresionante ejemplar de varios cientos de años. Terminamos saliendo por Crocodrile Bridge, junto a Koomatiport, en la frontera con Mozambique. Aquí terminó nuestro viaje al parque más emblemático del África Austral.

martes, 5 de junio de 2007

El Kruger I

Lo primero que impresiona del Kruger es la ausencia absoluta de huellas de civilización en el paisaje. Nada más entrar en el parque, dejan de verse postes telegráficos, cables, pozos, instalaciones o construcciones de cualquier tipo. A lo largo del horizonte sólo se ven las montañas, los ríos y la vegetación de la sabana. Lo único que recuerda al viajero que vive en el siglo XXI es el asfalto de la carretera.
Accedimos al parque por la puerta Orpen, situada más o menos en la mitad. A ciento cincuenta metros de la entrada encontramos el primer grupo de jirafas, otro de ñus, un pequeño rebaño de cebras y los omnipresentes impalas. Los animales estaban muy cerca de la carretera y la cruzaban de un lado a otro sin ninguna aprensión ni evidencia de miedo hacia los coches. Para ellos, como luego nos dijeron, la carretera es también una comodidad y la utilizan porque es mucho más cómoda y segura que las sendas que discurren entre la maleza. Esta feliz circunstancia hace que el viaje en coche por el parque permita ver todo tipo de animales.

Las carreteras son rectas y van recorriendo diversos tipos de paisaje. Hacia el sur, el terreno es un poco más escarpado, verde y selvático; en el centro y hacia el norte, hay enormes planicies y extensiones de sabana, menos arbolada y más seca. Los herbívoros están distribuidos en función de su alimentación y las plantas adecuadas que se dan en cada zona, mientras que los depredadores recorren todo el parque en busca de presas.

El viaje por el parque resulta muy ameno. Cuando no se ven animales, porque se está atento a cualquier movimiento en la maleza o junto a la carretera, y cuando se ven, porque contemplar en libertad a la fauna africana es una experiencia inenarrable. En nuestro caso, después del primer grupo que vimos, recorrimos bastantes kilómetros sin ver casi nada. De repente, en medio de la sabana, apareció un enorme elefante, un macho o bull de los que caminan solos -puesto que las manadas las forman las hembras y las crías- y cuya presencia nos dejó boquiabiertos. El animal no era todavía un gran tusker, es decir, sus colmillos no estaban completamente desarrollados, pero resultaban igualmente enormes. Probablemente se trataba de un animal joven, de unos veinticinco años. Los grandes tuskers viven casi hasta los setenta y, salvo accidentes, mueren de malnutrición. Un elefante come más de 150 Kg. de hierba y hojas al día y puede pesar más de siete toneladas. Pero con los años, esta permanente e incansable actividad comedora termina por desgastar sus dientes hasta hacérselos perder casi completamente y es entonces cuando el animal entra en una fase de defectuosa nutrición que provoca una gran debilidad y que, finalmente, acaba con su vida.
Desde Orpen fuimos al campamento de Satara, donde pensábamos dormir, pero no había sitios libres así que giramos hacia el norte y llegamos, atravesando la sabana, hasta Letaba, otro campamento situado en el centro del parque al lado del río del mismo nombre.

En el parque hay una decena aproximada de campamentos del mismo estilo, diseminados a lo largo de las carreteras. Son lugares vallados y seguros y cuentan con distintas clases de alojamiento, generalmente pequeños huts o chozas con varias camas, bungalows familiares y terrenos para acampar con caravanas o tiendas propias. Cuentan con cocina, cafetería, tiendas de recuerdos y diversos edificios educativos. En Letaba, por ejemplo, hay un auditorio y una sala de exposiciones dedicada al elefante, donde pudimos leer muchas curiosidades sobre su vida, su pasado y presente en el parque y vimos el museo dedicado a los siete magníficos, los tuskers más grandes de la historia del Kruger con su filiación, historia completa y colmillos exhibidos para admiración del respetable. Cada uno de estos colmillos pesa entre 50 y 70 Kg. Casi todos los animales murieron por causas naturales aunque uno de ellos fue cazado por furtivos que, al menos, no tuvieron tiempo para llevarse el marfil.
Nuestro hut en Letaba no estaba mal aunque, comparado con la cabaña de Moholoholo, era bastante deficiente. Estaba bien equipado, tenía cocina, menaje, baño y tres camas individuales, pero carecía por completo de encanto y de cualquier tipo de detalle. Es evidente que se trata solo de un lugar para pasar la noche seguro y poco más.
Llegamos al campamento sobre las cuatro de la tarde, lo que nos permitó salir y dar el último paseo en dirección al río donde pudimos ver gran cantidad de hipopótamos y más elefantes. Al regreso, decidimos hacer el night ride o paseo nocturno. Es una hora favorable para ver animales, especialmente grandes felinos y nosotros tuvimos suerte. Al lado mismo del campamento, apenas a doscientos metros de la puerta, en plena carretera, un grupo de leones había dado caza a una enorme jirafa.
Al parecer, una de las leonas del grupo se encontraba enferma y yacía junto a la jirafa a la espera de recuperarse. La escena nocturna, iluminada por los focos de la furgoneta en la que viajábamos y que, por cierto, era abierta, resultaba sobrecogedora. La jirafa estaba medio devorada y la leona nos lanzaba de vez en cuando una mirada fulminante que nos hacía recordar que íbamos en un vehículo abierto. Tomamos algunas fotografías aunque con pobre resultado y continuamos nuestro viaje que ya no volvió a ofrecernos un espectáculo semejante.
Cuando nos abalanzamos sobre la cama, exhaustos, era aún temprano pero nos esperaba la siguiente jornada que debía empezar de madrugada, sobre las cinco y media.

lunes, 4 de junio de 2007

Sudáfrica

Sudáfrica es un país muy desarrollado. Tiene una superficie mayor que el doble de España y unos cincuenta millones de habitantes. Es un país rico en recursos, bien industrializado y con brillantes perpectivas de futuro. Aún así, la renta per cápita no llega a los 6.000 dólares anuales lo que coloca al país en el rango de, digamos, Turquía, Panamá, Brasil y Argentina. Pensemos que Portugal, por dar un ejemplo europeo, supera los 20.000 y nuestra querida España ya está por encima de los 30.000, casi al nivel de Italia. La cuestión es que la riqueza en Sudáfrica está bastante mal distribuida de modo que el nivel de vida de los blancos es mucho más alto que el de la mayoría negra. Esto hace que la media que supone la renta per cápita, no dé una idea real del nivel del país que, en ciertos aspectos, es increíblemente alto y hasta lujoso.
Una de las ventajas de Mozambique es su cercanía con Sudáfrica. La frontera de
Komatipoort-Ressano García está a 80Km. de Maputo y la capital J’burg -como dicen ellos- está a 600 Km. de magnífica carretera. A dos horas de Maputo hay extraordinarios centros médicos, dentistas de calidad y una oferta comercial absolutamente desconocida en Mozambique lo que hace que los fines de semana Sudáfrica sea el destino preferido de muchos mozambiqueños pudientes y de extranjeros expatriados. Por otro lado, la industria turística está muy desarrollada y ofrece una variedad y calidad de oferta, sencillamente sorprendente.
El mayor atractivo de todo el norte del país, celebérrima atracción administrada con exquisito celo y cuidado por las autoridades es el mundialmente conocido Parque Nacional Kruger, una inmensa extensión de más de dos millones de hectáreas, 350 Km. de largo por casi 60 de ancho, que le dan una superficie parecida a la de Israel, el País de Gales o toda la cordillera cantábrica española. Paul Kruger, presidente de la República, creó una reserva de caza en la zona en 1898 que fue el origen y punto de partida del parque actual. Entonces era mucho más pequeño y se concentraba en lo que hoy es la región sur, cerca del río Cocodrilo. El objetivo del parque era crear una red de abrevaderos para que los animales pudieran sobrevivir durante las sequías. Con el tiempo, el parque ha ido creciendo, desalojando a todos los primitivos habitantes (fundamentalmente al pueblo Makulele que fue íntegramente trasladado y que actualmente gestiona conjuntamente con la administración una zona del parque) y haciéndose accesible al turismo. Hasta los años 60 del siglo pasado no se comenzó a desarrollar esta actividad construyendo campamentos y dotándolos de electricidad, agua corriente y otras comodidades. Hoy es un inmenso laboratorio de estudios zoológicos y educativos, una atracción turística de primer orden y un proyecto en plena dinámica de expansión. En el año 2002, el Parque Kruger se unió al Parque Nacional Limpopo de Mozambique y al Gonarezhou de Zimbabwe para crear el Gran Parque Transfonterizo del Limpopo, una extensión de más de 35.000 kilómetros cuadrados que actualmente está en pleno proceso de consolidación y que constituye la mayor reserva natural de toda Africa.
Dedicamos el fin de semana pasado a recorrer el parque y sus alrededores. El viaje comenzó rodeando el Kruger por el sur, a lo largo del Río Cocodrilo, hasta Nelspruit. Desde allí, bordeando la frontera occidental de la reserva, por la provincia de Mpumalanga, subimos hasta Hazyview y, finalmente, Moholoholo, donde hicimos la primera escala. Pasamos la noche en un lodge donde nos proporcionaron una maravillosa cabaña a la que no faltaba detalle. El campamento está situado junto a un pequeño río que discurre frente a las montañas Drakenberg de impresionante presencia y muy cerca hay gran cantidad de atracciones turísticas: el cañón del Blyde River, viajes en canoa, rafting, ascensiones en globo, excursiones a caballo y muchas otras.
A pocos kilómetros del campamento se encuentra el Moholoholo Rehabilitation Center, un centro para el cuidado de animales heridos. Además de este trabajo, ofrecen visitas educativas donde se explican muchas peculiaridades de los animales, aspectos ecológicos del sistema y cuáles son los peligros que le acechan. Tienen una gran colección de animales que ya no pueden ser reintroducidos en la naturaleza, cada uno por diversas circunstancias aunque casi todas lamentables. Conocimos a Guardian, una impresionante águila negra que fue creada en cautividad y que se cree humana de modo que, siendo un animal muy territorial, atacaría a cualquier hombre para mantenerle fuera de su espacio de caza; a una preciosa y aterrorizada cría de rinoceronte negro, abandonada por sus padres después de haber caído en una trampa; a Big Boy, un majestuoso león de más de 200 Kg. de peso que también fue criado en cautividad y que ahora es tan afectuoso con los humanos que correría hacia ellos instantáneamente pero que, al verlos huir, no podría olvidar su instinto de que todo lo que corre constituye una presa y acabaría por matarlos. Finalmente conocidos a Snuffer, un ratel o honey badger francamente simpático. Fue criado por humanos y es un animal increíblemente inteligente que ha escapado de su jaula de 22 maneras distintas (información literal) y dotado, además de un valor a toda prueba. Al parecer, una de las veces en que se escapó, se le ocurrió ir a visitar a Big Boy al que, sin ningún temor ni provocación previa, decidió atacar. Pese a la enorme velocidad del ratel, Big Boy consiguió atraparle entre sus fauces pero, gracias a su piel gruesa y suelta, el animalito apenas sufrió daños. Días después, Snuffer volvió a escaparse, al parecer con el único propósito de buscar otra vez a Big Boy para vengarse de él, de modo que fue allí y le atacó. El león volvió a atraparle pero una vez más el pequeño mustélido consiguió zafarse sin grandes daños mordiendo al gran gato en toda la nariz. Es una divertidísima, amigable, valiente y juguetona criatura dotada, lamentablemente, de una inconcebible capacidad destructora que no le permitió seguir viviendo con la familia que le crió y que le abandonó hasta ser recogido por la fundación donde hoy podemos disfrutar de sus correrías.