viernes, 13 de abril de 2007

Sommershield

"...A piscina, o fio de coqueiros e o pôr-do-sol ... essa era a forma como o mundo se ordenava ... quando existia o paraíso”. La cita pertenece a Miguel, un habitante de Lourenço Marques que aparece en la última novela del portugués Francisco José Viegas. El paraíso se refiere a la capital de Mozambique y la piscina y los cocoteros pertenecían al Polana, el más emblemático de los hoteles del país.

"A antiga Lourenço Marques, jóia da coroa, pérola do Indico, sofisticada e geométrica, recortada a avenidas largas e arranha-céus, palco de um quotidiano descontraído, já não existe.”

Pero aún quedan vestigios y, aunque de los paraísos siempre se habla en pasado porque sólo existen en aquello que se perdió, el barrio de Sommershield en Maputo, justamente frente al Polana, ha ido poco a poco recuperado su antiguo esplendor, cuando era allí donde vivía la alta sociedad laurentina, gentilicio que, curiosamente, aún persiste y sólo ahí, en la marca de la cerveza nacional mozambiqueña.

Mi casa está en Sommerschield, casi frente al mar, en una pequeña calle rodeada de árboles y flanqueada por mansiones remozadas poco a poco hasta ir recuperando sus mejores años y convertir el barrio en una de las zonas más elegantes y caras de Maputo. El edificio no tiene gran valor arquitectónico; se trata de una construcción blanca, cuadrada, con tejado a cuatro aguas, rodeada de un jardín con grandes árboles, habitaciones accesorias para la servidumbre, dos gallineros y una jaula para perros. La casa tiene dos pisos y varias terrazas y, como característica más peculiar, una desmesurada profusión de rejas por todas partes. Según parece, ha venido siendo ocupada por altos funcionarios sometidos a ciertos peligros o que se han encargado de casos difíciles que requerían de especiales medidas de seguridad.

El interior es amplísimo y aún lo parece más debido a la casi ausencia de muebles. Salvo un comedor, un tresillo y las camas, la casa está vacía. Después de las obras, el suelo está inmaculado y la pintura blanca resplandece en las paredes. Sin embargo, se nota que es una casa vieja que necesita una renovación general, especialmente en la cocina y los baños que acusan ya una evidente antigüedad. Pero tiene aire acondicionado y hay abundante agua caliente, cuya falta ya venía constituyendo una tortura en el flet.

La casa está rodeada de gente: Valentím, el jardinero; Francisco, Benito y Fenías, los guardas; algún pintor o electricista retrasado que continúa con las obras del exterior y, en medio de todo, Silvia, instituída en mayordoma de la casa, ordenando y protestando porque falta de todo pero feliz porque al fin tiene agua caliente y puede hacer bolinhos. Valentím se ocupa del jardín que mantiene inmaculado aunque no conoce el nombre de los árboles; Los guardas se encargan de la seguridad 24 horas al día, abren las puertas cuando llego, las cierran cuando me voy y limpian el coche siempre que está en el garaje. Según la costumbre, yo debo proveerles de té y, si es posible aunque no obligatorio, de algo de comida de la que sobra en la casa. Silvia les da, además, refrescos y azúcar.

El martes, por la noche, al ocupar la vivienda por primera vez y dar un paseo por el jardín, se apreciaba el agradable cheirinho a mar que traía una ligera y chispeante brisa. Por fin en casa.

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