jueves, 12 de abril de 2007

A bordo

Ayer tuvo lugar la firma de un importante memorándum de entendimiento entre España y Mozambique en materia de pesca. Vino para la ocasión el Secretario General de Pesca del Ministerio de Agricultura para solemnizar el acto en la embajada junto con el Ministro de Pesca Mozambiqueño. A continuación, se ofreció un convite a todas las autoridades a bordo del Vizconde de Eza, el barco oceanográfico español que ha llevado a cabo un programa piloto de capturas para la evaluación científica y biológica de las aguas mozambiqueñas. Allí estaba yo, gracias, una vez más, a la amabilidad de la Embajada, pese a que mi presencia allí constituía una graciosa excepción bajo el punto de vista técnico dado que todos se preguntarían, sin duda, qué tendría que ver la justicia con el programa de pesca. Pero el caso es que tuve la ocasión de saludar a algunos embajadores ya conocidos, a otros nuevos y reencontrarme con algunas personas que ya se van haciendo familiares como consecuencia de estos actos.

El Vizconde de Eza es un modernísimo barco oceanográfico de la Secretaría General de Pesca Marítima para la investigación pesquera. Su misión es analizar y evaluar el estado de los mares, especializándose en la búsqueda de caladeros en aguas profundas. Se trata de una nave muy avanzada con un sistema de posicionamiento dinámico único en España que le permite permanecer en un mismo punto sin variar su posición, compensando las condiciones adversas de oleaje, corrientes o viento.

Además cuenta con propulsión diésel-eléctrica lo que garantiza una navegación silenciosa y una obtención de datos exentos de vibraciones y de ruidos. En realidad, se trata de un gran laboratorio flotante que cuenta con seis secciones especializadas (química, biología, física, acústica, laboratorio húmedo e informática) equipadas con una avanzada instrumentación científica. Su casco, reforzado en la proa, le permite trabajar entre hielos flotantes y puede realizar levantamientos de fondos de hasta 5.000 m de profundidad. Tiene, por último, un vehículo de operación remota submarina (ROV) diseñado para maniobrar hasta una profundidad de 600 metros, grabar imágenes submarinas y adquirir datos oceanográficos. El barco ha estado un mes en los caladeros mozambiqueños pescando y evaluando las especies capturadas.

Lo mejor del Vizconde de Eza es, sin duda, su tripulación. Se trata de un extraordinario grupo de marinos, dicharacheros y sonrientes, que hacen de la vida a bordo una experiencia inolvidable. La mitad son marinos y la otra mitad, biólogos y científicos. Su amabilísimo capitán siempre estuvo pendiente de cualquier detalle así como de atender y agasajar a los invitados para que nos sintiéramos en casa, lo que logró meritísimamente, además, gracias a una pantagruélica cena a base de platos españoles entre los que destacó con luz propia el jamón ibérico, la empanada gallega y el pulpo a feira, cocido en el momento por un incomparable cocinero que Dios mantenga vivo por muchos años para bien de la humanidad. Todo fue regado con unos excelentes albariño y rioja y rematado con pastelitos de nata y chocolate acompañados de whisky de malta a tutiplén. También nos hicieron varios regalos con el logotipo del barco. En resumen: llegué a casa rodando.

La fiesta, por tanto, fue una delicia. Después de una espléndida presentación audiovisual del trabajo realizado y de los respectivos discursos, comenzó la cena. Mientras yo hablaba con la Primera Secretaria de la Embajada de Irlanda, uno de los oficiales nos traía langostinos y pulpo que luego degustaba con nosotros mientras explicaba la receta perfecta para hacerlo a feira: no más de 2 kg. por pieza, congelado, 20 minutos de cocción para 1,5 kg. y 5 más por cada 100 gramos, cortado a tijera y no a cuchillo, aceite de oliva de gran calidad, pimentón dulce y picante mezclados y sal gorda. El capitán elogiaba las condiciones marineras del barco que una vez escoró hasta 41 grados sin zozobrar y el jefe científico nos contaba la vida a bordo y las maravillas biológicas que habían visto durante la misión. Dijo que de entre todas las muestras extraídas aparecerían, sin duda, nuevas especies que ninguno había reconocido y que tenían guardadas en alcohol. Contó también una divertida historia que permite tener una visión del mundo científico real, bastante menos ampuloso de lo que parece a los profanos. A continuación la transcribo para esparcimiento de paciente lector.

En una reciente misión en Marruecos, habían recogido una pequeña esponja sin catalogar. Cuando hacen las capturas de especies desconocidas, los científicos les ponen nombres familiares: pececito rojo con aleta gorda, conchita con raya verde, rayita enana con ojos saltones… y así. Luego, a medida que van identificando biológicamente el animal, aplican la clase, el género, la especie, la forma, etc. según la taxonomía académica. Resulta que aquélla esponjita sin catalogar tenía la apariencia de una patata pequeña con brotes, así que un miembro del equipo biológico, gaditano él, la llamó papita cresía y, por un descuido burocrático, la documentación relativa al animal fue enviada a Bruselas para su clasificación con tal nombre. Como parece latín, hé aquí que el nombre científico de la nueva y curiosa esponjita viene siendo, provisionalmente, aquél tan cariñoso, mínimo y familiar, que le puso nuestro simpático científico gaditano.

No hay comentarios: