A la plaza se puede acceder libremente aunque el ambiente es poco turístico. Una vez superados los charcos y badenes que la rodean, se puede entrar por cualquiera de los viejos vomitorios. Dentro, sobreviene una sensación peculiar, una extraña mezcla de desolación y saudade, porque casi todas las instalaciones del edificio aún están en pie aunque tristes, vacías y cubiertas de polvo. Junto a la entrada principal aún se conserva la barra del bar con los viejos carteles y anuncios de la época.
Las viejas placas conmemorativas aún lucen en la puerta de acceso de toreros lo que transmite una suerte de absurda saudade y nostalgia por la pasada historia de esta ciudad, como cuando uno pasea por la Baixa y encuentra las abandonadas tiendas coloniales, ya sin género, pero con los vacíos escaparates en los que aún pueden verse maniquíes, tullidos y descoloridos, luciendo peinados vetustos y miradas de cincuenta años.
La plaza de toros conserva íntegros el graderío y la arena. Están en mal estado pero no hay edificaciones adosadas ni se han llevado los materiales. En esta arena se rodó una de las escenas de la película de Pollack “La intérprete”, protagonizada por Sen Penn y Nicole Kidman.
Ya no hay touradas, claro, pero el ayuntamiento no quiere derruir la plaza sino convertirla en un centro cultural. El proyecto, sin embargo, asciende a más de cinco millones de dólares que no son fáciles de encontrar y que, en todo caso, son más necesarios en otro lado, de manera que el proyecto de rehabilitación, como tantas cosas, queda para o futuro. Mientras tanto, la plaza sigue mirando al viajero que sale de la ciudad o al que va de compras al Shoprite, desde sus huecos medio tapados y su antiguamente orgulloso letrero casi destruido hoy por el cansancio. Uno se imagina que así comenzaron a desaparecer los teatros romanos.
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