jueves, 26 de abril de 2007

Reuniones de trabajo

Una de las actividades que consume algún tiempo de mi trabajo es el de las reuniones con los miembros de otras entidades de cooperación. La cosa está muy bien pensada: si cada país confecciona su programa de ayuda sin conocer el de los demás, corre el riesgo de redundar esfuerzos, dedicar apoyo financiero a sectores concretos que ya cuentan con él y, lo que es peor, gestionar y evaluar los resultados desde perspectivas diferentes con criterios no homogéneos. Si uno compra ordenadores, pongamos por caso, puede encontrarse con que hay otro país que ya ha hecho lo mismo o que está en vías de hacerlo. En un país en que más de la mitad del presupuesto nacional proviene de la ayuda exterior, la cosa tiene su importancia.
Para evitar todo esto, funciona en Mozambique un sistema de grupos de trabajo que armoniza los proyectos de todos los donantes en un sector concreto. En mi caso, el grupo activo lo componen 14 países y organizaciones, desde la Embajada Danesa y la Cooperación Española hasta la UNICEF o la FAO. Además, hay una information sharing list que se extiende a casi una treintena más de entidades que no participan pero que solicitan ser informadas.
Todos los días recibo una docena de mensajes con las actividades del grupo, adobadas con una ingente colección de documentos de variadísima índole entre los que hay informes, memorias, propuestas, tentativas, convocatorias, suspensiones, tablas, distribuciones y otros mil que giran bajo nombres crípticos para los no iniciados y que apenas sabría decir en qué consisten. Porque esta es la clave: aprender el lenguaje de la cooperación internacional (¿trabajas o cooperas? dicen con guasa que hay que preguntar al ser presentado).
La primera cuestión es saber si tal lenguaje existe. Hay voces autorizadas en el mundo diplomático que sostienen que, en realidad, todo es un gen conceptual, una unidad de evolución cultural que repetimos y transmitimos como un meme, a la manera del paradigma de los cinco monos, pero que nadie entiende, ni por qué se hace ni qué significa. Hay veces, lo confieso, en que creo ciegamente en esta teoría. Me ha costado varias reuniones empezar a entender algo de la jerga que utilizan y es que, finalmente, apenas significa gran cosa dentro de un espacio interminable de siglas, abreviaturas y acrónimos que le hacen a uno comprender por fin en qué consiste la dimensión infinita del cosmos. Es como si al encontrarse a un amigo uno dijera: “¿Vienes de tu CHP? ¿Has oído al HA de la RL pronunciarse sobre el TAMM? ¿Vas al JR sobre el MM de CAE en el CHP del CHM?” Donde cada sigla significaría, por riguroso orden: centro habitacional propio (casa), hombre ancla (locutor), radio local, tiempo atmosférico medio en Maputo, joint review (junta de evaluación), mitin mensual, cooperantes de agencias extranjeras y chairman (portavoz). Añádase a ello que las siglas y denominaciones no se corresponden con un idioma determinado sino que pueden ser en inglés, portugués o en cualquier otra cosa. Y todo ello rebozado en un interminable envoltorio conceptual en el que aparecen palabras más o menos inventadas o específicas de la actividad como indicadores, formulación, programas activos, soluciones holísticas, índices, matrices, efectos, inputs y regresos, entre otras; algo cabalístico, parecido a ese infame lenguaje que suele utilizarse en educación y que me recuerda el viejo chiste de Luis Carandell en el que uno pregunta a otro qué significa eso de “Ingeniero Técnico Pedagogo” que aparece en su tarjeta, a lo que este responde: “En realidad soy maestro pero esto impresiona mucho más”. Pues eso.
Por otro lado, la sensación que tiene un recién estrenado en esta plaza, es que en las reuniones nunca llega el momento de la verdad. Básicamente, parecen consistir en la aprobación del acta anterior, la propuesta de cuestiones a tratar y el señalamiento de otro día en que se tratarán. Cuando llega ese día, se añade algún nuevo matiz que, por pequeño que sea, obliga a redefinir el orden del día e, inevitablemente, a convocar nuevo señalamiento. Así, más o menos, se pasan los días y eso que cada reunión suele durar tres o cuatro horas en la que los asistentes se ponen morados a té y galletas, lo que hace que se les entienda muy malamente con la boca llena.

Dejando aparte lo dicho, las reuniones son divertidas. Nos encontramos gentes de todo el mundo con sensibilidades, conocimientos y manera de ser propias, lo que hace muy instructiva la interacción (otra palabreja) entre todos y nos permite acercar posiciones en pro de un objetivo común. Uno se imagina lo que debe ser la ONU o la UE y adquiere una nueva visión del mundo.

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