lunes, 23 de abril de 2007

Misión de trabajo

A mediados de semana llegó una misión oficial española. Venía para ofrecer su apoyo institucional al programa, hacer entrega de material bibliográfico y llevar a cabo una serie de reuniones y encuentros oficiales con las autoridades locales. En lo que a mí concierne, se trataba de la primera experiencia en la preparación y gestión de este tipo de eventos lo que me trajo de cabeza antes, durante y después de la visita que se ha prolongado hasta el domingo. Uno no se hace una idea de lo que supone el protocolo y la preparación de actos oficiales hasta que se ve sumergido en ellos y, en este caso, de la peor manera, es decir, haciéndose cargo de la dirección. Para cualquier tontería hace falta mover Roma con Santiago, llamar a docenas de personas, hacer de las agendas de todo el mundo un universo concomitante que, en la práctica, se convierte en una quimera porque siempre coinciden actos, cenas, bajas, enfermedades o simple desgana, de modo que las listas de invitados y participantes cambian cien veces de nombres y al final, no viene casi ninguno de los inicialmente previstos y hasta el último minuto antes de salir al campo (léase acto, cena o recepción) hay que tener preparados cartelitos de repuesto con los nombres de media humanidad potencialmente convidable. Alrededor de los miembros de la delegación y de las personalidades locales hay que tejer una sutil tela de araña para rodearles de la máxima comodidad, simplicidad y eficacia lo que, tratándose de África, requiere –digamos- algo de paciencia. A un servidor, cuya ignorancia en materia protocolaria alcanza dimensiones cosmológicas, todo esto le ha servido de curso acelerado y agotador. Al final, como también acontece en el mundo del espectáculo, una mano invisible que nos resistimos a llamar providencia pero que por ahí debe andar, hace que todo salga bien; en nuestro caso, nadie se ha perdido, no ha habido accidentes, las relaciones institucionales se han fortalecido, se han intercambiado abrazos y regalos y se ha cumplido sobradamente el objetivo de la misión. A mi lado, sobra decirlo, tuve siempre a la Embajada y a la Cooperación sin los cuales todo hubiera sido un caos. Tendemos a pensar que la vida de los diplomáticos es, en lo fundamental, una feria de vanidades y no nos damos cuenta del enorme sacrificio que supone y el esfuerzo que despliegan, desde los actos más pomposos, hasta las gestiones más sutiles. En todas partes están y a todo dan respuesta con una diligencia y amabilidad que a algunos funcionarios públicos que todos conocemos le resultaría espantosa. Kanimambo para nuestra diplomacia, queridos amigos.

(Nota para los mal pensados: espantoso, en portugués, significa sorprendente o chocante, a ver si…)

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