El acto se dividió en dos partes: en la primera, cada concurrente leyó un fragmento de alguna pieza literaria de su gusto personal y, en la segunda, se realizó la lectura colectiva de El Quijote hasta donde fue posible, naturalmente, porque no éramos demasiados. En la primera parte se escucharon, sobre todo, poesías, género más accesible y aparentemente más simple para los estudiantes aunque dudo que más comprensible. Resultaba enternecedor escuchar a los esforzados alumnos declamar “ferde que te queru ferde, ferde fientu, ferdes alash…” y luego verles atender mesmerizados a la lectura de un poema de Quevedo cuyo significado para ellos debía tener el mismo nivel inteligible que, digamos, la lectura de un tratado avanzado de mecánica cuántica. Cuando me tocó a mí, leí la carta que escribió Don Quijote a Dulcinea en Sierra Morena, a mi juicio una de las más bellas cartas de amor escritas en lengua castellana y que, a modo de epílogo y en homenaje al día del libro desde estas lejanas tierras, dejo aquí reproducida para solaz de quien la leyera o recordara.
“Soberana y alta señora:
El ferido de punta de ausencia y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si tu fermosura me desprecia, si tu valor no es mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento, maguer que yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en esta cuita, que, además de ser fuerte, es muy duradera. Mi buen escudero Sancho te dará entera relación, ¡oh bella ingrata, amada enemiga mía!, del modo que por tu causa quedo; si gustares de acorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto; que con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo.
Tuyo hasta la muerte,
El Caballero de la Triste Figura”
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