La provincia de Sofala está en el centro del país, al norte de Gaza y por debajo de Zambézia de la que está separada por el Zambeze, el gran río sin puentes. La capital de Sofala es Beira, llamada así en honor del heredero al trono de Portugal, Luis Felipe, que lleva el título de Príncipe de Beira. La ciudad es la segunda en tamaño de todo Mozambique, con más de medio millón de habitantes y uno de los puertos más importantes del este de Africa porque constituye la salida natural de Zimbabwe (antes Rhodesia) yde Malawi. Se ha creado una corredor, o pipeline, entre Harare y Beira para el transporte de mercancías que ha convertido a la ciudad mozambiqueña en un punto mercantil clave del África Austral. Con todo, sus tiempos de gloria ya pasaron. Cuando Zimbabwe era Rhodesia y era uno de los países más desarrollados de Africa, Beira se convirtió en la Costa Azul para los blancos rhodesianos, con villas de lujo, atracciones de todo tipo y un diseño urbano amplio y elegante, repleto de parques, avenidas y bulevares. La ciudad está construída a lo largo de una bellísima playa que hoy ha perdido muchos de sus encantos y de sus accesos porque ahora aparece rodeada por un muro de protección contra las mareas y las crecidas del río Pungue que, de tanto en tanto, origina catastróficas inundaciones como las del año 200 que casi destruyeron la ciudad. Ahora la playa está encerrada y no se ve desde el paseo de litoral a menos que se acceda a ella por alguna de las escaleras previstas al efecto. Además de las crecidas, la ciudad ha sufrido un evidente deterioro desde los tiempos de la descolonización. Lujosas villas y chalets aparecen abandonados y semidestruidos, el Grande Hotelse yergue aún imponente en el atardecer beirense, pero ya está completamente destruido y ocupado por miles de squatters que lo han convertido en un enorme basurero. Desde la costa se pueden disfrutar puestas de sol inolvidables aunque no hay ningún establecimiento desde el que poder hacerlo sentado frente a un humilde café. Los servicios hosteleros son casi inexistentes, con un solo hotel y una pequeña guest house donde me alojé por falta de habitaciones en el Tívoli.Las aceras aparecen reventadas por el crecimiento descontrolado de las raíces de los árboles y la mayoría de las calles son de tierra excepto las principales avenidas. Llegué a Beira después de un vuelo de una hora desde Maputo, en un avioncito de hélice que une ambas ciudades una vez al día y que apenas permite llevar equipaje dado su tamaño mínimo. Lo peor de estos aparatos no es su estrechez, que le hace a uno viajar con medio cuerpo fuera del asiento, sino el horrible estruendo de los motores que, después del viaje, continúan oyéndose como un runrún interminable. En Beira me esperaba un viejo amigo de Maputo, querido colega mozambiqueño que me hizo de guía y compañero durante mi estancia allí. Al segundo día de estar en la ciudad, me trasladé a una antigua casa colonial rodeada de un espléndido jardín donde permanecí hasta mi partida, tres días después.La primera noche en Beira salimos a cenar a uno de los escasos restaurantes de la capital y, de seguido, nos fuimos a descansar. En Beira hace mucho más calor que en Maputo así que caí rendido en la cama, ayudado, quizá, por el medio galón de repelente antimosquitos que me eché por encima y que me dejó medio asfixiado. Aquí la malaria es mucho más peligrosa que en Maputo y había que estar prevenido, así que utilicé el método holístico, o de ataque en masa, aconsejado por un amigo: red impregnada, repelente hasta en el pelo, quemador eléctrico, Baygon a troche y moche e inmersión profunda bajo las sábanas. En esto de la malaria hay un gran porcentaje de suerte porque apenas el 1 por ciento de los mosquitos está infectado. Claro que son muchos pero uno puede sufrir mil picaduras y no pasar nada o tener la desgracia de ser picado por el primer anopheles que estaba contaminado. En el centro del país, la incidencia de la enfermedad es mayor y eso que estamos en invierno. Las condiciones de salubridad generales, especialmente en lo relativo al defectuoso tratamiento del agua, inciden en este mayor riesgo. Se recomiendo anotar el día en que se produce la picadura para controlar sus reacciones 15 dias después que es cuando se manifiestan los primeros síntomas.
Hay en la distancia un lugar que desconozco, un sitio que mis ojos no han visto, mi alma no ha sentido, mis pies no han pisado, pero que habita en mí desde hace algunos días. He imaginado su nombre corto y exótico, su cielo celeste, el caudal de sus aguas y me he visto corriendo descalzo por sus calles multicolores. He vestido mi cuerpo con ropas blancas, abandonando mis vaqueros anchos y descoloridos y en actitud de chanza, una ráfaga de viento se ha llevado mi visera, obligándome a recibir el sol en pleno rostro y mientras sus rayos juegan con mis pecas, el aroma del maíz sancochado, me lleva hasta las brasas, en las que chirrean los alimentos, transformándose en vapores que suben hasta el cielo, para el deleite de los ángeles, que atentos curiosean desde las nubes.
El rumor del mar me entretiene con historias de piratas y la brisa suave, tararea en mi oído canciones nativas en dialectos antiguos. Los árboles se ríen con las piruetas de las olas, transformadas en cristalinas figuras, señores barbudos, bailarinas esbeltas, gigantes gruñones, calamares y flautistas. Y...yo, con la imaginación desatada, me engullo algodones de azúcar, fresas con nueces, ajonjolí confitado y esas exquisiteces prohibidas por la razón.
Me rodea el verde amarillo, el verde azulado, el verde marrón y toda la rama de verdes bautizados a mi antojo, matices con los que el buen señor de las alturas, pintó ésta patria que se apresta a recibir a mi Capi, ese amigo truhán que con su mirada de cielo llegó hasta mis montañas coronadas de nieve, para robarme el corazón.
Disfruto la magia de ésta visita inventada y en lo mejor del sueño, me convoca la realidad. Me alejo cabizbajo y tristón de ésta tierra a la que acudió mi fantasía, tierra bella y acogedora, como el fondo de la caracola en la que descansa un pedazo de firmamento, que ostentaré como recuerdo de mi ilusión de andar por Maputo en un viaje exclusivo, dentro de mi corazón.
Serafín.
Sucre, verano de 2007
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