Al caer la noche, regresamos agotados al hut y caímos como piedras en nuestras camas. A las cinco y media nos pusimos de nuevo en marcha y, como primer objetivo, volvimos a la escena de la cacería. La leona enferma había desaparecido y en su lugar, encontramos a media docena más devorando los restos de la jirafa; un espectáculo que quitaba el aliento y del que fuimos testigos a una distancia menor de cinco metros. Abandonamos el lugar y comenzamos nuestro periplo hacia el sur entre las primeras luces del amanecer. Apenas a dos kilómetros de nuestro punto de partida encontramos nuestro tercer big five: una enorme manada de búfalos.En toda el África austral se utiliza el término big five para referirse a las cinco especies que constituían en su tiempo el summum de todo cazador: el león, el leopardo, el elefante, el búfalo y el rinoceronte. Eran las piezas más codiciadas y las más difíciles de conseguir. Ahora, todas estas especies están en el convenio CITES (Convention on International Trade in Endangered Species of Wild Fauna and Flora) que regula el comercio de especies amenazadas de fauna y flora silvestres y que persigue preservar su conservación controlando la comercialización de cualquier producto relacionado con ellas. Fue firmado en Washington el 3 de marzo de 1973 por 21 países y entró en vigor en 1975. Actualmente se han adherido 169 países, denominados Partes y alcanza actualmente a más de 28.000 especies de plantas y 5.000 especies de animales entre los que se encuentran nuestros queridos big five.Esto hace que, por ejemplo, el control de la población de elefantes en el Kruger se haga cuidadosamente por medio de una caza selectiva muy estricta que no ha evitado que el número de paquidermos haya crecido espectacularmente desde los 7. 500 que había hace un par de docenas de años hasta los más de 14.000 que hay ahora y que están arrasando zonas enteras del parque dado su insaciable apetito y su costumbre de derribar árboles para utilizar la arena y comer las raíces. El búfalo cafre es un animal impresionante. Notoriamente más grande que un toro, es de un color negro azulado y llega a pesar más de 900 Kg. Impresiona su testuz, una especie de escudo que le cubretoda la frente y que termina en dos afiladísimos cuernos con los que se defiende exitosamente de sus predadores salvo que sea un animal enfermo o una cría. Nuestra manada de búfalos, sesenta animales aproximadamente, estaba atravesando la carretera y lo hacía con total organización. Las hembras y las crías iban en medio del grupo protegidas por los grandes machos que cubrían los flancos, la vanguardia y la retaguardia. Volvimos a ver búfalos más adelante y en un momento determinado, después de ver warthogs, kudus, hipopótamos, cocodrilos,más cebras y todo tipo de impalas, logramos ver nuestro cuarto y último big: un rinoceronte. Lamentablemente estaba lejos y no se acercó a la carretera de modo que no pudimos identificarle ni con los prismáticos. En el Kruger hay rinocerontes negros y blancos. En realidad, ambos son grises y parece ser que el error procede de la época de la colonización inglesa de África del Sur cuando se confundió la palabra afrikáans usada para nombrar al rinoceronte blanco (widjt) con white cuando, en realidad, significa cuadrado o ancho, haciendo alusión a su boca. Para un profano, la diferencia más apreciable entre ambas especies es la forma del labio superior: en el blanco, la boca es totalmente cuadrada mientras que el rinoceronte negro tiene el labio superior en forma de pico.Después de una larga carrera en dirección sur, atravesamos el río Oliphant, cubierto de una bellísima vegetación otoñal y visitamos el baobab más al sur de toda África que resultó ser un impresionante ejemplar de varios cientos de años. Terminamos saliendo por Crocodrile Bridge, junto a Koomatiport, en la frontera con Mozambique. Aquí terminó nuestro viaje al parque más emblemático del África Austral.
Hay en la distancia un lugar que desconozco, un sitio que mis ojos no han visto, mi alma no ha sentido, mis pies no han pisado, pero que habita en mí desde hace algunos días. He imaginado su nombre corto y exótico, su cielo celeste, el caudal de sus aguas y me he visto corriendo descalzo por sus calles multicolores. He vestido mi cuerpo con ropas blancas, abandonando mis vaqueros anchos y descoloridos y en actitud de chanza, una ráfaga de viento se ha llevado mi visera, obligándome a recibir el sol en pleno rostro y mientras sus rayos juegan con mis pecas, el aroma del maíz sancochado, me lleva hasta las brasas, en las que chirrean los alimentos, transformándose en vapores que suben hasta el cielo, para el deleite de los ángeles, que atentos curiosean desde las nubes.
El rumor del mar me entretiene con historias de piratas y la brisa suave, tararea en mi oído canciones nativas en dialectos antiguos. Los árboles se ríen con las piruetas de las olas, transformadas en cristalinas figuras, señores barbudos, bailarinas esbeltas, gigantes gruñones, calamares y flautistas. Y...yo, con la imaginación desatada, me engullo algodones de azúcar, fresas con nueces, ajonjolí confitado y esas exquisiteces prohibidas por la razón.
Me rodea el verde amarillo, el verde azulado, el verde marrón y toda la rama de verdes bautizados a mi antojo, matices con los que el buen señor de las alturas, pintó ésta patria que se apresta a recibir a mi Capi, ese amigo truhán que con su mirada de cielo llegó hasta mis montañas coronadas de nieve, para robarme el corazón.
Disfruto la magia de ésta visita inventada y en lo mejor del sueño, me convoca la realidad. Me alejo cabizbajo y tristón de ésta tierra a la que acudió mi fantasía, tierra bella y acogedora, como el fondo de la caracola en la que descansa un pedazo de firmamento, que ostentaré como recuerdo de mi ilusión de andar por Maputo en un viaje exclusivo, dentro de mi corazón.
Serafín.
Sucre, verano de 2007
No hay comentarios:
Publicar un comentario