
El magno acontecimiento ha coincidido con un aluvión de visitas, alguna de trabajo y, otras, de queridos amigos. El caso es que todas tuvieron que alojarse en mi casa porque Su Alteza Real y su interminable séquito habían ocupado, literalmente, todos los hoteles de Maputo excepto las pensiones de mala muerte que, sin que haga falta echarle mucha imaginación, aquí son dignas de tal nombre. Total, que de manera apresurada, hube de acomodar a todos como pude teniendo en cuenta que mi casa, con todo el espacio y maravilla que contiene, no es precisamente un mundo de confort. No ando sobrado de mobiliario, el menaje llega a duras penas y la ropa de casa es un bien escaso, así que nos apretamos como pudimos y compartimos lo que había, dando todos mis huéspedes muestras de paciencia infinita e impagable bonhomía. Gracias a ellos.
Para colmo, la semana en que hemos coincidido todos, ha hecho un calor horroroso, una humedad pegajosa hasta la náusea y ha coincidido con la eclosión general de los mosquitos residentes en Maputo que se habían debido reventar poniendo huevecillos durante el invierno. O eso, o se celebraba la convención universal de trompeteros porque no había yo visto tal cantidad de insectos en mi vida. Las salamanquesas engordaban por momentos a la luz de los portones.
Naturalmente, hemos sido víctimas de mil y una picadas aunque, afortunadamente, parece que sin consecuencias.
Durante las tórridas y casi insomnes noches, averigüé que ya amanece a las cuatro y cuarto de la mañana, que la habitación donde me tocó dormir carece de cristal en una de las ventanas, que al guarda de noche le gusta escuchar ritmos latinos hasta las tres de la madrugada y que no hay manera de hacer callar al simpático pájaro nocturno que vive en el Cocotero de mi jardín cuyo metálico e incansable tink-tink llega hasta el amanecer.
¡Felices noches de verano!
No hay comentarios:
Publicar un comentario