miércoles, 11 de julio de 2007

En el corazón de las tinieblas

La verdad es que Conrad ambientó su impresionante novela en el Congo, pero la situación actual de Zimbabwe, antigua Rhodesia, contiene algunos de los peores aspectos de las tinieblas allí descritas. De ser uno de los países más ricos del continente en los años 60, con una renta per cápita equiparable a la de Sudáfrica, ha pasado a ser de los más deprimidos del mundo, con una renta de apenas 520 dólares, con una inflación galopante, una fuga masiva de empresas hacia el extranjero y un paro mayor del 60% que ha sumido al país en un caos social y político de proporciones mayúsculas . El dólar zimbabwano, en otro tiempo equiparado al estadounidense, vale hoy algo menos que nada. Cerca de la frontera, cambiamos 2.000 meticales (unos 70 euros) y nos dieron la friolera de 3 millones y medio de dólares en un paquete que hubo que distribuir cuidadosamente entre los distintos bolsillos para evitar desequilibrios. Los billetes, por otro lado, tienen fecha de caducidad impresa dado que la inflación es, oficialmente, del 180% anual aunque es evidente que la realidad supera estas cifras porque los precios suben cada semana de manera vertiginosa.
Desde Chimoio salimos para la frontera que está a unos 80Km. de allí. Por el camino paramos en la ciudad de Manica, una pequeña y simpática localidad con una vieja iglesia portuguesa situada en una de sus colinas. Antes de llegar a la frontera, paramos para cambiar moneda a uno de los cientos de cambistas que proliferan a lo largo de la carretera y que se anuncian agitando fajos de billetes a los coches que pasan.
En la misma frontera, junto a los fardos de ayuda humanitaria, asistí al espectáculo del traslado de deportados. Cientos de zimbabwanos cruzan ilegalmente la frontera cada día con el objeto de trabajar en Mozambique. Los que son atrapados por la policía so
n conducidos en camiones de regreso a su país. La frontera, por lo demás, no registra mucho movimiento así que el trámite fue rápido una vez que pagué la desproporcionada cantidad de 30 dólares que piden por el visado. Se trata, según parece, de exprimir todo lo posible al extranjero lo que, muy hábilmente, ha acabado con el turismo.

Desde la frontera fuimos a la ciudad de Mutare, una antigua localidad industrial que presenta ahora un espectáculo de abandono y parálisis económica patente. En comparación con las ciudades de Mozambique, Mutare tiene la estructura típica de las ciudades coloniales británicas con amplias avenidas, un centro comercial y el resto dedicado a las zonas residenciales. La vida parece tranquila y aprovechamos la ocasión para entrar en algún supermercado y ver el ambiente. No estaban mal surtidos aunque había pocos clientes. Yo compré un poco de té nacional, asombrosamente barato.
Desde Mutare subimos hacia Bvumba, una región m
ontañosa que domina la llanura que separa Zimbabwe de Mozambique, con vistas espectaculares y algunos restos del pasado esplendor del imperio británico. Nuestra intención era visitar el hotel Leopard Rock, un viejo establecimiento inaugurado en los primeros años del siglo pasado por el rey inglés en medio de un increíble campo de golf dominado por las montañas. Todo el conjunto está situado a más de mil metros de altura. El hotel conserva el sabor de los viejos emporios coloniales y ha sido ampliado y remozado hace algunos años para dotarlo de mayor espacio y comodidades. Sin embargo, su enloquecida política de precios, una para los nacionales y otra –diez veces más cara- para los extranjeros, ha terminado por dejarlo casi completamente vacío. Es una pena porque se trata de un lugar extraordinario con vistas magníficas. Pasamos un buen rato allí, comimos un magnífico guiso de oxtail y conocimos los alredores.

De regreso, compramos algunos recuerdos a las vendedoras que tenían sus puestos situados en las cunetas. La mayoría vende tejidos bordados, manteles, servilletas y cosas semejantes. Son piezas multicolores muy decorativas que se pueden conseguir por precios bajísimos dado que son las propias vendedoras las que, ante el silencio del cliente o su cara de extrañeza, comienzan a rebajar de inmediato sus primeras peticiones. Me sorprendió su simpatía desbordante y su sentido del humor. Mi colega regateaba con ellas de manera salvaje mientras que todas sonreían y se hacían la competencia unas a otras para conseguir el negocio. Si no les comprábamos algo, se volvían a sus puestos igual de sonrientes y se despedían saludando alegremente.

La otra cosa que se puede comprar en Zimbabwe son esculturas de piedra. En Mutare hay aceras enteras llenas de todo tipo de figuras y motivos esculpidos en piedra de jabón, un mineral relativamente blando de la familia del talco. Los precios admiten drásticos regateos y pueden conseguirse piezas muy interesantes casi regaladas. El problema es que las esculturas pesan mucho, lo que limita las oportunidades de compra.

Tras el día en Leopard Rock, bajamos de nuevo hasta Mutare y regresamos a Chimoio. Al cruzar por Manica, la iglesia se destacaba majestuosamente contra la puesta de sol de la sabana.

2 comentarios:

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