miércoles, 24 de octubre de 2007

Atardeceres africanos

Ya sé que uno de los paisajes típicos de Africa son las puestas de sol. Estampas tópicas, se cree, esterotipos. Parece que tenemos en la reserva de nuestros recuerdos inventados una postal en la que se la tierra colorada e hirviente de este mundo austral aparece teñida de un rojo aún más violento y sanguinario, como si la inmensa bola de fuego se resistiese a morir cada día, como si se fuera protestando a la manera de un dios poderoso y cruel. Creemos, con todo, que se trata de una marca, de un diseño inconsciente que anida en la memoria colectiva pero que no es tan cierto como la sequía, las lluvias o la misma pobreza.
Sin embargo, las puestas de sol africanas no son una postal; acechan al viajero en cualquier lugar: en la ciudad, en la sabana, en el mar. Son rápidas como una centella, de modo que la furia de los colores va seguida de una estela tremulosa que se aprecia, casi, a simple vista. El sol no se oculta, sino que parece caer a plomo. La tierra tiembla cuando se hace oscura y la vida africana muda de registro y comienza de nuevo, ahora noctívaga pero siempre agitada y caudalosa como un gran río, como un Zambeze de carne, hueso, espinas y élitros que se apoderan de la noche hasta el nuevo amanecer.No es preciso viajar lejos para ser testigo de estas puestas de sol. Se ven desde el hotel Cardoso de Maputo, desde la Costa del Sol, desde las carreteras sudafricanas y desde el Kruger. Sólo es preciso aguardar un poco.

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